Imaginemos estar en una sala de urgencias con dolor abdominal intenso, oyendo los monitores, el bullicio, preocupados por no saber qué nos pasa. A través de la cortinilla sobreescuchamos a dos médicos que en tono irónico dicen: "No tiene taquicardia ni hipertensión, seguro peleó con su pareja y quiere llamar la atención".
Según la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), el dolor es una sensación desagradable, sensorial y emocional, asociada o parecida a la ocasionada por un daño tisular real o potencial. Vamos a desmenuzar esto:
Sensación: por definición una sensación es algo personal, intransferible y subjetivo. Siendo algo subjetivo, la única manera de obtener una idea de ella es lo que dice quien la está sintiendo.
Sensorial y emocional: no es a veces sensorial y a veces emocional; siempre, sea fibromialgia o una fractura expuesta, hay componente emocional. El componente emocional no quiere decir que una tristeza causó la fractura, sino que la fractura provoca preocupación o enojo y que alguien con emociones de este tipo tiende a percibir más dolor.
Asociada o parecida a la asociada: no necesitamos encontrar una lesión para comprobar que el paciente tiene dolor, basta con que lo refiera. Un dolor parecido al que se siente cuando hay una lesión tisular.
Sin embargo, aunque la definición más aceptada de dolor nos lo dice, pasamos gran parte de nuestra vida profesional intentando comprobar si lo que nos dicen nuestros pacientes es verdad. Aplicamos placebos, intentamos correlacionar los signos vitales del paciente con el dolor que nos infirman y un sinfín de maniobras que no sirven para evaluar el dolor de los pacientes, ya que si funciona el placebo no significa que no había dolor y no todos los dolores generan alteraciones en los signos vitales.
Pensemos por un momento estar en la sala de urgencias, en una camilla, con un dolor de espalda baja que inició súbitamente ese mismo día por la mañana. Las alarmas, los monitores, la incertidumbre… regresa el médico y nos da la buena noticia de que la resonancia se reportó sin alteraciones. Minutos más tarde escuchamos la conversación que tienen el médico y la enfermera acerca de nuestro caso: consensuaron que seguramente inventamos la lumbalgia para no ir a trabajar ese día, ya que la resonancia está normal, así como la presión arterial y la frecuencia cardiaca. "¿Por qué pensarían eso de mi dolor? No tengo por qué mentirles! Vine a que me ayudaran y ahora me siento traicionado. Tendré que buscar otra ruta para abordar este dolor de espalda". ¡Ojalá nunca les pase!
No obstante, más pacientes de los que creemos han pasado por esta situación. Y no es para eso para lo que somos médicos. Debemos reconectarnos con lo que sentimos la primera vez que un paciente nos agradeció por hacer algo significativo por él, lo que sentimos cuando hicimos el juramento hipocrático.
¿Que algunos pacientes han fingido un dolor con un propósito ulterior? ¡Seguro! Pero siendo el autorreporte del enfermo nuestro estándar de oro para evaluar las características del dolor, tomaremos esos casos aislados como "falsos positivos" que suceden incluso con la prueba más específica. No podemos pensar que siempre estamos ante un falso positivo. Debemos pensar en lo más probable, y lo más probable siempre es que el paciente nos está diciendo la verdad.
¿Imaginan un aparato que nos ayude a medir qué tanta náusea está sintiendo alguien o qué tan triste se siente? Igual de ilógico (y debo decir, de inútil) es pensar en algo similar para el dolor. Nuestros pacientes se encuentran en un estado muy vulnerable, donde lo que necesitan de nosotros es una figura de apoyo, de seguridad; alguien en quien puedan confiar. Nunca fallemos en proveerles eso.
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Citar este artículo: ¿Por qué nos obsesionamos con intentar comprobar el dolor de nuestros pacientes? - Medscape - 13 de sep de 2022.
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