Este contenido forma parte de una serie de comentarios de estudiantes de medicina en colaboración con el Colectivo Médicos en Formación. El colectivo es impulsado por Nosotrxs y está conformado por la Asociación Mexicana de Médicos en Formación, A.C. (AMMEF), la Asamblea Nacional de Médicos Residentes (ANMR), la Asociación de Residentes del Hospital General de México (ARHGM), la Asamblea Mexicana de Médicos Internos de Pregrado (AMMIP), la Asamblea Mexicana de Médicos Pasantes de Servicio Social (AMMPSS) y otrxs aliadxs del sector que trabaja en colaboración desde enero de 2020 para que se garanticen los derechos de las y los profesionales de la salud en formación. |
Durante mi primera guardia de la residencia de medicina interna, que cursé en Nueva York, Estados Unidos, un médico adscrito me saludó amablemente y me preguntó si tenía pacientes que presentarle. Le contesté que no y antes de continuar con su pase de visita se acercó para leer mejor mi nombre en el gafete y me dijo: "Que tengas una buena tarde, Dr. Huerta".
Lo miré atónito. Quedé inmóvil unos segundos, esperando la burla, la risa o la mofa, ya fueran de él o de los residentes de mayor jerarquía, pero no pasó nada. El intercambio me dejó sorprendido y pensativo. ¿En verdad me había llamado Dr. Huerta?
Tenía que ser una broma. Nadie le dice "doctor" a un residente de primer año; a este se le puede llamar de diversas maneras (muchas en realidad son epítetos inapropiados para un medio publicable), pero definitivamente "doctor" no es una de ellas. Al menos no si a uno le tocó ser residente de primer año en México.
Pero un residente de primer año sí es un doctor, ¿no es cierto? Salvando la predecible irritación de los académicos que han cursado un doctorado, brinco sin reservas a la tercera acepción de la palabra doctor: médico u otro profesional especializado en alguna técnica terapéutica, como odontología, podología, etcétera. Sí, un residente de primer año es un doctor. ¿Por qué mi sorpresa entonces?
No es mi propósito repetir lo que todos saben: que los médicos en formación tienen una vida poco envidiable. Conocemos bien las anécdotas, las hemos escuchado hasta el cansancio. Tal vez en su lugar lo que podría hacer sería redactar un pequeño ensayo que compare y contraste la manera en la que se forman los especialistas en México y en Estados Unidos. He tenido la fortuna de ser residente en ambos países y, por tanto, soy testigo de primera mano.
Comienzo por las similitudes: en ambos países la residencia es exigente y desafiante, lo cual tiene sentido si pensamos que a diferencia de otras profesiones, honorables todas, los médicos tenemos la suerte —o el infortunio— de intentar preservar a toda costa la salud, la integridad y la vida de las personas. Eso no es poca cosa. Así, no importa si la medicina se ejerce en México, Estados Unidos, Tailandia o Zimbabue, la labor será desgastante para el cuerpo, la mente y el espíritu.
Segunda similitud: el eje de la formación médica en Estados Unidos, al igual que en México, es la jerarquía. En ese aspecto la medicina muestra paralelismos sorprendentes con dos instituciones que existen también desde las sociedades preindustriales: el ejército y la iglesia. El correcto funcionamiento de estas instituciones, al igual que en la medicina, es casi inconcebible sin un sistema jerárquico. Hay quienes han puesto a prueba la utilidad de la jerarquía.
Por ejemplo, en Estados Unidos se ha intentado reducir la distancia de poder, que hace referencia al eslabón o chain of command que existe en el sistema médico. Comenzando desde abajo: estudiante de medicina, interno, pasante, residente de primer año, segundo, tercero (y así sucesivamente), jefe de residentes y adscrito. La distancia de poder es mucho mayor, digamos, entre el residente de primer año y el cuarto, que entre el estudiante de medicina y el interno.
Entre menor sea percibida esa distancia por los miembros de los peldaños más bajos, más cómodos se sentirán con sus superiores y, por tanto, será más probable que expresen sus ideas y emociones e incluso den aportaciones sobre el manejo del paciente —hay casos bien documentados de residentes de menor jerarquía que corrigen los errores de sus superiores y así ayudan al bienestar de sus pacientes—.
Todavía no sabemos con certeza que la reducción en la distancia del poder salve la vida a los pacientes, pero es indudable que mejora la calidad de vida de los médicos que los atienden.
Algunas de las principales diferencias
Existen más similitudes entre los sistemas de residencias de ambos países, como la tendencia a la competitividad y la tasa elevada de trastornos psiquiátricos entre los residentes, pero me gustaría enfocarme en las diferencias. Dos me parecen de suma importancia. Primero: en Estados Unidos hay mayor respeto por el residente como ser humano, independientemente de su grado de formación. Siempre he sospechado que esto se debe a un fenómeno omnipresente en México: el abuso del poder que existe en todo el país es tan común y está tan arraigado en nuestra cultura que incluso ya no lo vemos, está normalizado.
En México los jefes son todopoderosos, exigen cosas fuera de la competencia del trabajo, maltratan a sus subordinados, hacen insinuaciones sexuales inapropiadas, etcétera. Al subordinado, claro, se le impide poner límites o negarse, por miedo sobre todo al recrudecimiento de los abusos o a la pérdida de su empleo. En la residencia médica este es un fenómeno especialmente prevalente y grave.
En Estados Unidos no es así. Existe una cultura de respeto mucho mayor. Los jefes conocen bien sus limitaciones y tienden a ceñirse a ellas, hay un trato, en muchas ocasiones, de igual a igual —que no implica de ninguna manera una falta de respeto a las autoridades—, las relaciones laborales tienden a ser más distantes e impersonales, pero mucho más respetuosas. Asimismo, existe una cultura de la legalidad: los trabajadores conocen bien sus derechos y obligaciones, y las normas se respetan sin excepciones. El miedo a las represalias existe, pero se combate. Así, desde los empleados de menor jerarquía hasta los altos mandos del hospital, incluido el o la directora general, están bajo la lupa.
La segunda diferencia, tal vez más importante que la anterior, tiene que ver con la regulación de las horas de trabajo. Hay muchos motivos por los que la vida de un médico en formación es miserable, pero creo que no hay nada tan terrible como tener que trabajar 36 horas seguidas (o más) cada tres días durante varios años consecutivos —en muchos casos el exceso de trabajo es mucho peor, al grado de ser grotesco y escandaloso. Algunos residentes tienen una capacidad sobrenatural e inexplicable de resistencia—.
El sistema de residencias en Estados Unidos hasta los años 70 era muy parecido al que hoy existe en México. Tanto el libro The House of God, donde Samuel Shem mostró al público en general los horrores de la residencia médica, como el caso de Libby Zion, la hija de un columnista influyente de The New York Times que falleció porque los residentes que la atendieron cometieron errores graves por su falta de sueño, fungieron como catalizadores de un gran cambio que ocurrió en el sistema de residencias estadounidense.
El caso atrajo la atención de la prensa y de la sociedad en general, al grado de que diversas instancias reguladoras, incluidos el estado de Nueva York y la Suprema Corte, tomaron cartas en el asunto: a partir de entonces, por ley, los residentes no podían trabajar más de 80 horas a la semana ni más de 24 horas consecutivas. También se especificó que estaba prohibido que practicaran sin la supervisión de un médico adscrito y se recomendó que se prestara especial atención a su estado mental y a su bienestar en general.
Parecían medidas revolucionarias, incluso extremas, para el sistema de entonces, pero era evidente que se trataba de una cuestión de vida o muerte tanto para los pacientes como para los mismos médicos. El resultado ha sido un sistema más justo, pacífico, armonioso y efectivo; todavía tiene defectos, sin duda, pero dio un gran paso al poner en el centro de la atención el bienestar de sus trabajadores.
Sería ingenuo creer que esos cambios podrían ocurrir de la noche a la mañana en México. Sería irresponsable alejar la mirada de las diferencias sociales y económicas entre ambos países, pero sería mucho peor perder la esperanza de que un cambio similar también puede ocurrir en nuestro país.
Concluyo compartiendo que escribí una novela al respecto, llamada R1, en la que exploro estos y otros problemas propios de la residencia en México. Me parece encomiable el esfuerzo de organizaciones como Nosotrxs y Medscape, que a través de espacios como este permiten a los médicos en formación expresarnos y compartir nuestras ideas y preocupaciones.
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CRÉDITO
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Citar este artículo: ¿Cómo es hacer una residencia en Estados Unidos? - Medscape - 8 de sep de 2022.
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