ENTREVISTA

¿Cómo vives con COVID-19? La experiencia de una doctora

Vicki Tedeschi

Conflictos de interés

6 de septiembre de 2022

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Dra. Anne Peters

A principios de 2020, la Dra. Anne Peters desarrolló COVID-19. La autora de la columna Peters on Diabetes de Medscape estuvo enferma en marzo de 2020 antes de la cuarentena obligatoria en su localidad y mucho antes de que hubiera vacunas.

Recuerda estar sentada en una pequeña sala de examen con dos pacientes que habían viajado a su oficina de Los Ángeles desde Nueva York, Estados Unidos. La pareja de adultos mayores tenía dificultades auditivas, por lo que la Dra. Peters se sentó cerca de ellos y les puso un monitor continuo de glucosa. "En ese momento, no pensábamos que el SARS-CoV-2 estuviera en Los Ángeles", recuerda la Dra. Peters, "así que creo que no fuimos muy consistentes en el uso de cubrebocas debido a la necesidad de educación".

"Varios días después, me dio COVID-19, pero no sabía que tenía COVID-19 en sí. Me sentía mal, tenía un dolor de garganta terrible, perdí el sentido del gusto y el olfato — que aún no se describía como un síntoma —, estaba completamente exhausta, pero no tenía fiebre ni tos, que eran los únicos criterios para hacerme la prueba de SARS-CoV-2 en ese momento. No sabía que había estado expuesta hasta dos semanas después, cuando el asistente del paciente nos alertó que 'tuviera cuidado' porque el paciente y su esposa se estaban recuperando de la COVID-19".

Esa batalla temprana contra la COVID-19 fue solo el comienzo de lo que se convertiría en una lucha de dos años, incluidas pérdidas familiares en medio de sus propios problemas de salud y preocupaciones sobre los pacientes de escasos recursos que atiende. Aquí comparte con Medscape su travesía en la pandemia.

Medscape : Gracias por hablar con nosotros. Hablemos de su experiencia durante estos últimos 2,5 años.

Dra. Anne Peters: Todos tienen su propia historia de COVID-19 porque todos pasamos por esto juntos. Algunos de nosotros tenemos peores historias y algunos de nosotros tenemos mejores, pero todos se han visto afectados.

No soy una persona enferma. Soy una persona bastante saludable, pero la COVID-19 me hizo sentir muy mal durante dos años. La confusión mental y la fatiga no eran nada en comparación con la neuropatía autonómica que afectaba mi corazón. Fue realmente limitante para mí. Y todavía no sé las implicaciones a largo plazo, dentro de 20 a 30 años.

Cuando inicialmente tuvo la COVID-19, ¿cuáles fueron sus síntomas? ¿Cuál fue el impacto?

Tenía todos los síntomas de la COVID-19, excepto tos y fiebre. Perdí el sentido del gusto y del olfato. Tenía un dolor de cabeza horrible, dolor de garganta y estaba exhausta. No pude hacerme la prueba porque no tenía los síntomas correctos.

A pesar de estar enferma, nunca dejé de trabajar, pero acababa de cambiar a la telemedicina. También hice mi viaje regular mensual a nuestra cabaña en Montana. Sin saberlo, volé en un avión con COVID-19. Usé una mascarilla N95 bien ajustada, así que no creo que haya contagiado a nadie. No contagié a mi pareja, Eric, lo cual es difícil de creer porque, con 77 años, es mayor que yo. Tiene diabetes, enfermedades del corazón y todas las demás características de alto riesgo. Si hubiera desarrollado COVID-19 en ese entonces, hubiera sido terrible, ya que no había tratamientos, pero afortunadamente no la contrajo.

¿Cuándo la diagnosticaron oficialmente?

Dos o tres meses después de que pensé que podría haber tenido COVID-19, revisé mis anticuerpos, que dieron un resultado muy positivo para una infección previa de SARS-CoV-2. Fue entonces cuando supe que todos los síntomas que había tenido se debían a la enfermedad.

No solo estaba lidiando con su propia enfermedad, sino también con la de sus allegados. ¿Podría contarnos sobre esto?

En abril de 2020, mi madre, que tenía más de 90 años y, por lo demás, estaba sana excepto por la demencia, desarrolló COVID-19. Ella podría haberla desarrollado por mí. La visité a menudo, pero usé cubrebocas. Tenía todos los horribles síntomas pulmonares. En su directiva anticipada estipuló que no quería ser hospitalizada, así que la mantuve en su casa. Murió de COVID-19 en su propia cama. Fue bastante brutal, pero al menos la mantuve donde se sentía cómoda.

Mi padre de 91 años vivía en un centro residencial diferente. A lo largo de la pandemia se había deprimido mucho porque sus patrones sociales habían cambiado. Antes de la COVID-19, todos comían juntos, pero durante la pandemia no pudieron continuar con este hábito. Extrañaba sus conexiones sociales, no le gustaba estar aislado en su habitación, odiaba que todos usaran cubrebocas.

Tenía un poco de demencia, pero no tanto como para no poder comunicarse conmigo o recordar a qué escuela de derecho asistía su nieto. No se me permitió entrar a las instalaciones, lo cual fue duro para él. No le había dicho que su esposa había muerto porque los trabajadores sociales de la residencia me aconsejaron no darle noticias que no pudiera procesar fácilmente hasta que pudiera pasar tiempo con él. Desafortunadamente, ese momento nunca llegó. En diciembre de 2020, desarrolló COVID-19. Una de las personas en ese centro había ido al hospital, regresó y dio negativo, pero en realidad sí tenía infección por SARS-CoV-2 y contagió a mi papá. El tipo que se lo contagió a mi papá no murió, pero mi papá estaba terriblemente enfermo. Murió dos semanas antes de recibir su vacuna. Era lo suficientemente coherente como para tener una conversación. Le pregunté: "¿Quieres ir al hospital?". Y él dijo: "No, porque sería demasiado aterrador", ya que no podría estar conmigo. Lo puse en un hospital de cuidados paliativos y sostuve su mano mientras moría de COVID-19 pulmonar, lo cual fue horrible. No podía darle suficiente morfina o diazepam para facilitar su respiración, pero sus últimas palabras para mí fueron "Te amo", y al final parecía tranquilo, lo cual fue una bendición.

Solicité le realizaran una necropsia porque él quería una. Nada más estaba mal con él aparte de la infección por SARS-CoV-2. Destruyó sus pulmones. El resto de él estaba bien, sin enfermedad cardiaca, cáncer ni nada más. Murió de COVID-19, lo mismo que mi madre.

Esa misma semana, mi tía, mi único pariente mayor sobreviviente, que estaba en Des Moines, Iowa, Estados Unidos, murió de COVID-19. Los tres miembros de la familia murieron antes de que saliera la vacuna.

Fue difícil perder a mis padres. Soy la única hija sobreviviente porque mi hermana murió cuando tenía 20 años. No ha sido una pandemia fácil, pero ¿qué pandemia lo es? Simplemente perdí a más personas que la mayoría. Irónicamente, mi abuelo fue uno de los legionarios en el Hotel Bellevue-Stratford en Filadelfia, en 1976, y murió de la enfermedad del legionario antes de que supiéramos qué era lo que estaba causando el brote.

¿Todavía estaba batallando con COVID-19?

La COVID-19 impactó todo mi cuerpo. Perdí mucho peso. No quería comer y mi sistema gastrointestinal no estaba bien. Me tomó un tiempo recuperar el sentido del gusto y el olfato. Nada sabía bien. No soy una entusiasta de la comida, realmente no me importa la comida. Podíamos pedir comida para llevar o lo que fuera, nada de eso me atraía. No estoy tan segura de que fuera una cuestión de sabor, simplemente no tenía ganas de comer.

No me di cuenta de que tenía "niebla cerebral" porque me sentía estresada y abrumada por la pandemia y las preocupaciones de mis pacientes. Pero un día, unos 3 meses después de haber desarrollado COVID-19, me desperté sin niebla, lo que me hizo darme cuenta de que no me había sentido bien hasta ese momento.

Los peores síntomas, sin embargo, fueron cardiacos. También noté de inmediato que mi frecuencia cardiaca aumentaba muy rápidamente con un esfuerzo mínimo. Mi pulso siempre ha estado en el rango de 55 a 60 latidos por minuto (lpm) y, de repente, caminar en una habitación hizo que subiera a más de 140 lpm. Si hacía alguna actividad aeróbica subía más de 160 y se acompañaba de disnea y dolor torácico. Creía que todos estos eran síntomas posteriores a COVID-19 y me sentí validada cuando se publicaron en la literatura informes de otras personas que tenían problemas similares.

¿Siguió viendo pacientes?

Sí, por supuesto. Los pacientes nunca necesitaron más a sus médicos. En el este de Los Ángeles, donde los pacientes no tienen fácil acceso a la telemedicina, seguí yendo a la clínica durante la pandemia. En el lado oeste de la ciudad, que es más próspero, cambiamos a la telemedicina, que fue bastante efectiva para la mayoría. Sin embargo, debido a que la diabetes se asoció con un mayor riesgo de hospitalización y muerte por COVID-19, es comprensible que mis pacientes tuvieran miedo. Nunca he estado más ocupada, pero (como todos los proveedores de atención médica) me convertí en una prestadora más de servicios de atención a pacientes con la COVID-19 que en especialista en diabetes.

¿Siente que su batalla con la COVID-19 impactó su trabajo?

No me afectó en el trabajo. Si estaba sentada, quieta, estaba bien. Sentada en casa en un escritorio, no notaba ningún síntoma. Pero como usuaria habitual de las escaleras, me quedaba sin aliento, no podía subir a mi oficina como antes.

Creo que empatizas más con las personas que tuvieron la COVID-19 cuando tú mismo la has tenido. Había una gran carga de pacientes. Y creo que lo que más ha afectado a los proveedores de atención médica, sin importar en qué especialidad estemos, es que nadie tiene respuestas.

¿Qué pasó después de que se puso la vacuna?

La vacuna en sí estaba bien. No tuve ninguna reacción a las dos primeras dosis. Pero el primer refuerzo empeoró mis problemas cardiacos.

En este punto, mis problemas cardiacos me impedían hacer ejercicio. Incluso fui una vez a la sala de urgencias con dolor en el pecho, porque tenía palpitaciones y presión en el pecho causada por simplemente tomar mi ducha matutina. Afortunadamente, no tenía un infarto de miocardio, pero ciertamente no era "normal".

Mi medida de mi condición física es la pista de esquí que utilizo en Montana. Sé exactamente hasta dónde puedo esquiar. Por lo general, puedo hacer el bucle en 35 minutos. Después de la COVID-19, duré 10 minutos. Tenía taquicardia, dificultad para respirar con dolor en el pecho que se irradiaba hacia mi brazo izquierdo. Descansaba y trataba de continuar. Pero con cada periodo de descanso, solo empeoraba. Estaba acostada en la nieve y desconocidos me preguntaban si necesitaba ayuda.

¿Qué la ayudó?

He leído mucho sobre COVID-19 persistente y he tratado de aprender de los expertos. Claro, nunca fui directamente a un médico, aunque pedí consejo a colegas. Lo que aprendí fue a nunca esforzarme de más. Me obligué a crear un programa de ejercicios en el que solo hacía ejercicio tres veces por semana con días de descanso en el medio. Al hacer ejercicio, en el segundo en que mi frecuencia cardiaca superaba los 140 lpm, me detenía hasta que pudiera volver a bajarla. Iría contra este nuevo límite, aunque mi límite fuera bajo.

Además, trabajé en mis patrones de respiración e hice respiración meditativa durante 10 minutos dos veces al día usando una aplicación disponible comercialmente.

Aunque el progreso fue lento, mejoré y, para junio de 2022, parecía volver a la normalidad. No estaba tan en forma como antes de haber presentado la COVID-19 y necesitaba mejorar, pero la respuesta taquicárdica al ejercicio y los síntomas cardiacos desaparecieron. Me sentí como mi yo normal. Lo suficientemente normal como para hacer un viaje a las Sierras en agosto (los caballos nos llevaron y una mula cargó el equipo sobre el paso de 12.000 pies hacia las montañas, y luego nos dejó a mi amigo y a mí en lo alto de las Sierras durante una semana). Acampamos a más de 10.000 pies y todos los días subíamos a otro lago de montaña donde pescábamos con mosca las truchas que cenábamos. Las caminatas fueron un desafío, pero no anormalmente. No como habrían sido mientras tuve COVID-19 persistente.

¿Cómo es la atmósfera en su clínica actualmente?

La COVID-19 es mucho más leve ahora en mis pacientes vacunados, pero siento que la mayoría de los proveedores de atención médica están agotados. Muchos de mis empleados se fueron cuando llegó la COVID-19 porque no querían seguir trabajando. Hacía que la práctica de la medicina fuera agotadora. Ha habido escasez de enfermeras, escasez de todo. Se nos ha pedido que hagamos mucho más de lo que hacíamos antes. Es mucho más difícil ser médico. Esta pandemia es la primera vez que he pensado en dejar la medicina. Claro, perdí a toda mi familia, o al menos a la generación anterior, pero ha sido casi demasiado abrumador.

En el lado positivo, casi todos mis pacientes han sido vacunados, porque al principio, la gente preguntaba: "¿Confía en esta vacuna?". Yo respondía: "Vi a mis padres morir de COVID-19 cuando no estaban vacunados, así que te vas a vacunar. Esto es real y las vacunas ayudan". Me volví muy buena para convencer a la gente de vacunarse porque sabía lo que era ver de cerca a alguien muriendo de la COVID-19.

¿Qué consejo tiene para quienes están batallando con la pandemia del SARS-CoV-2?

Las personas deben decidir cuál es su propio riesgo de enfermarse y cuántas veces quieren contraer la COVID-19. En este punto, quiero que la gente salga, pero con seguridad. Al principio, cuando mis pacientes decían: "¿Puedo ir a visitar a mi nieta?", decía: "No", pero eso fue antes de que tuviéramos la vacuna. Ahora siento que es seguro salir usando el sentido común. Todavía pido a mis pacientes seguir usando cubrebocas en los aviones. Todavía pido a los pacientes que traten de comer afuera tanto como sea posible. Y le digo a la gente que tome las precauciones que tengan sentido, pero les digo que salgan y hagan cosas porque la vida es corta.

Tuve un paciente de unos 70 años que tiene muchos factores de riesgo como enfermedades cardiacas y diabetes. Se acercaba el Bat Mitzvah de su nieta en Florida, Estados Unidos. Me preguntó: "¿Puedo ir?". Le dije: "Sí", pero para estar seguros, use una mascarilla N95 en el avión y en el evento, y quédese en su propia habitación de hotel, en lugar de con toda la familia. Agregué: "Tiene que hacerlo". Al principio de la pandemia, vi personas que literalmente morían de soledad y aislamiento.

Él y su esposa volaron allí. Me envió una foto de él con su nieta. Cuando regresó, me mostró una nota escrita a mano por ella que decía: "Te quiero mucho. Todos los demás cancelaron, lo que me hizo llorar. Eres el único que vino. No tienes idea de cuánto significó esto para mí".

Regresó a Los Ángeles y no presentó COVID-19. "Fue lo mejor que he hecho en años", dijo. Eso es con lo que necesito ayudar a las personas, navegar este mundo con COVID-19 y evaluar los riesgos y beneficios. Como con toda la medicina, mi consejo es individualizado. Mi consejo cambia según la principal variante circulante y las tasas del virus en la población, así como los factores de riesgo del individuo.

¿Qué está haciendo ahora?

Estoy tratando de evitar volver a tener la COVID-19 u otro refuerzo. Podría obtener anticuerpos monoclonales previos a la exposición, pero estoy esperando hacer algo más hasta ver qué sucede durante el otoño y el invierno. Todavía uso cubrebocas adentro, pero ahora hago una combinación de consultas en persona y telemedicina. Todavía trato de ir a restaurantes al aire libre, lo cual es fácil en California. Pero estoy volando para ver a mi hijo en Nueva York y planeo ir a Europa este otoño para una reunión. También voy a mi cabaña en Montana todos los meses para obtener mi "dosis" de naturaleza. En general, viajo mucho menos para conferencias y charlas porque he aprendido la alegría de quedarme en casa.

Pensando en mi vida como médica, mi carrera comenzó como pasante en Stanford rotando por la sala 5B, la unidad de SIDA en el San Francisco General Hospital y probablemente terminará con la COVID-19. A pesar de todos nuestros avances médicos, mi generación de médicos, al igual que muchas generaciones antes que nosotros, tiene un asiento de primera fila sobre la vulnerabilidad de los humanos a las enfermedades infecciosas y lo lejos que debemos llegar para proteger a nuestros pacientes de enfermedades transmisibles.

La Dra. Anne L. Peters es profesora de medicina en la Facultad de Medicina Keck de la University of Southern California (USC) y directora de los programas clínicos de diabetes ahí mismo. Ha publicado más de 200 artículos, reseñas y resúmenes, tres libros sobre diabetes, y ha sido investigadora en más de 40 estudios de investigación. Ha hablado internacionalmente en más de 400 programas y es miembro de muchos comités de varias organizaciones profesionales.

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