La población pediátrica en zonas con rezago social tiene más riesgo de morir por COVID-19

Amapola Nava

25 de febrero de 2022

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Investigadores en México analizaron los datos de 131.001 niños y adolescentes con COVID-19 y encontraron que aquellos que vivían en estados con prevalencia de malnutrición y con un alto índice de rezago social (especialmente por falta de acceso a la educación) tuvieron una mayor probabilidad de morir por COVID-19. Por el contrario, vivir en áreas con mayor densidad poblacional disminuyó su riesgo de muerte. Los resultados se publicaron en Lancet Regional Health Americas.[1]

Dr. Francisco Javier Prado Galbarro

El Dr. Francisco Javier Prado Galbarro, Ph. D., con estancia posdoctoral en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, en la Ciudad de México, México, autor del estudio, comentó a Medscape en español: "Nuestros resultados corroboran el impacto de la pobreza y las desigualdades sociales sobre el desarrollo de enfermedades y su peor pronóstico. Estos hallazgos pueden ser de utilidad en la toma de decisiones sobre el acceso al sistema de salud y al sistema educativo".

La investigación recabó información de todos los casos de COVID-19 en niños menores de 10 años y adolescentes entre 10 y 19 años, registrados por el gobierno mexicano y cuyo diagnóstico se realizó entre el 27 de febrero del 2020 y el 13 de junio de 2021.

"En general, en México la COVID-19 afecta de manera moderada o leve a los niños. No obstante, nuestro trabajo identificó 773 fallecidos por COVID-19, con hasta 19 años de edad. Sería importante destacar que una cuarta parte de los fallecidos tenía menos de 1 año de edad (25,23%)", señaló el especialista en estadística y doctor en ciencias médicas.

El objetivo de los científicos fue detectar los factores ambientales e individuales que impactaron en el pronóstico de niños y adolescentes que presentaron COVID-19 en México. Sus resultados permiten detectar entornos críticos en un país con altos índices de malnutrición y con zonas de condiciones socioeconómicas desventajosas. Por ejemplo, la investigación detectó que la mortalidad de los niños pertenecientes a población indígena fue de 2,25%, comparada con 0,60%, en la población total.

Factores ambientales que aumentan el riesgo de los niños a morirr por COVID-19

Los investigadores analizaron cuatro factores ambientales de la entidad federativa en la que residían los niños: número de personas con malnutrición, cobertura de vacunación infantil, densidad de población e índice de rezago social (medida que agrupa cuatro indicadores: educación, salud, servicios básicos y calidad y espacios en la vivienda).

Los investigadores encontraron que en entidades con índice de rezago social muy alto y mayor presencia de malnutrición los niños tienen mayor riesgo de fallecer por COVID-19 (odds ratio [OR]: 2,939; intervalo de confianza de 95% [IC 95%]: 1,111 a 7,775 y OR: 1,390; IC 95%: 1,073 a 1,802, respectivamente). La densidad de población presentó una asociación negativa con la mortalidad por COVID-19 (OR: 0,374; IC 95%: 0,204 a 0,688). Además la mortalidad también se asoció a un mayor porcentaje de población infantil con edades entre 6 y 14 años que no asiste a la escuela (OR: 1,266; IC 95%: 1,032 a 1,554).

Dr. Omar Enríquez Cisneros

El Dr. Omar Enríquez Cisneros, infectólogo pediatra, señaló que es muy conocido que el rezago social actúa de manera negativa en el desarrollo de cualquier enfermedad. El especialista es jefe del Servicio de Pediatría del Hospital General de Occidente en Zapopan, México, un hospital de tercer nivel que atiende poblaciones vulnerables y trabaja con pacientes COVID-19 de su entidad y otras aledañas que no cuentan con centros de salud de tercer nivel.

En su experiencia, las personas que viven en regiones de baja densidad poblacional, donde la cantidad de centros de salud es limitada, se ven afectadas por un factor determinante para acceder a la atención a la salud: el transporte. También señaló que en estas regiones las personas se ven limitadas por el tiempo que les toma llegar a un centro de salud de primero, segundo o tercer nivel y en el costo económico de transportarse.

"Los pacientes con síntomas respiratorios no saben a dónde acudir y al principio de la pandemia había mucha renuencia a atender síntomas respiratorios en los centros de salud. Casi de la puerta se les mandaba a otro hospital, lo que significaba otro gasto para los pacientes que venían de lejos. Y todavía, cuando llegaban al otro hospital les decían: ‘Solo atendemos adultos, váyase a ese otro hospital que atiende niños con COVID-19’".

El especialista comentó que en el hospital tuvieron casos de niños con cuadros de COVID-19 que se complicaron debido a que habían sido dirigidos a varios hospitales antes de llegar a ellos. También explicó que el retraso crece debido a que las ambulancias con las características para trasladar a un paciente sospechoso no son tan fáciles de conseguir como una ambulancia normal, menos en una región no urbana.

Factores individuales: niños y adolescentes con comorbilidades

Del total de 131.001 casos analizados en México, 773 (0,60%) niños y adolescentes fallecieron por COVID-19, 421 fueron hombres (54,46%) y 352 mujeres (45,54%); 54,20% tenían menos de 10 años y la media de edad del diagnóstico fue de 13,5 años. Aunque si se consideran solo los casos donde el paciente falleció, la media de edad al diagnóstico fue de 8,2 años.

De 0,69% de pacientes que requirió de la unidad de cuidados intensivos, 27,17% falleció. Las comorbilidades fueron más comunes en pacientes que fallecieron y el porcentaje de decesos de pacientes con neumonía fue de 66,36%.

El análisis de estos datos demostró una asociación negativa entre la mortalidad por COVID-19 y la edad (OR: 0,878; IC 95%: 0,869 a 0,888) y una asociación positiva entre mortalidad y diabetes (OR: 3,898; IC 95%: 2,596 a 5,851), inmunosupresión (OR: 5,410; IC 95%: 4,088 a 7,158), obesidad (OR: 1,876; IC 95%: 1,397 a 2,521), hipertensión (OR: 1,906; IC 95%: 1,239 a 2,932), enfermedad cardiovascular (OR: 2,288; IC 95%: 1,482 a 3,531) y enfermedad pulmonar obstructiva crónica (OR: 13,250; IC 95%: 9,066 a 19,350).

Muy cercano a lo que se encontró en el estudio, el Dr. Enríquez explicó que en el Servicio de Pediatría del Hospital General de Occidente los menores de un año fueron los pacientes que más hospitalizaron, los que requieren más oxígeno, puntas de alto flujo o incluso ventilación mecánica.

"Otro factor fue el de las comorbilidades, al igual que en el estudio. La comorbilidad que más vimos fue el daño neurológico. Los niños que tenían parálisis cerebral o déficit motor y que están postrados todo el tiempo. Estos niños de por sí sufren de desnutrición, por la dificultad de alimentarlos, además, como es difícil movilizarlos, muchas veces su esquema de vacunación se retrasa, al igual que su llegada al hospital".

El Dr. Enríquez explicó que esta suma de factores de riesgo pudo ocasionar que los niños llegaran más graves al hospital, por lo que este grupo fue el que requirió mayormente de intubación, incluso más que grupos con otras comorbilidades, como obesidad, diabetes, situaciones oncológicas o de inmunosupresión.

Políticas públicas para atender niños y adolescentes vulnerables

El Dr. Prado consideró que la pandemia de COVID-19 está aumentando las desigualdades de los niños y los adolescentes en México y que la reducción de ingresos de las familias puede desencadenar inadecuada alimentación, falta de higiene y deserción escolar.

"A partir de los resultados del estudio sería de gran utilidad crear intervenciones que favorezcan el acceso a una alimentación adecuada y la seguridad alimentaria para evitar la desnutrición, así como fortalecer el acceso a la atención de problemas de salud y al sistema educativo. Los niños que pertenecen a grupos sociales más desaventajados han podido ver vulnerado fuertemente su derecho a la educación, al dificultarse el acceso a recursos pedagógicos en línea", concluyó el autor de la investigación.

El Dr. Enríquez indicó que existen dos acciones necesarias para proteger a la población de niños y adolescentes de las consecuencias de la pandemia: restaurar los programas de vacunación y regionalizar la atención médica a los pacientes con COVID-19.

"En estos dos años se relegaron los esquemas de vacunación infantil, pues los escenarios de los hospitales eran cambiantes. Al principio se le decía a la población que no se acercara a los hospitales si no era por una urgencia o por sospechas de COVID-19. Esto retrasó las acciones de seguimiento del niño sano, incluyendo la vacunación", comentó el especialista.

El Dr. Enríquez señaló que en segundo lugar, la separación de centros de salud como "COVID-19" y "no COVID-19" debe terminar, pues el que los pacientes con COVID-19 no puedan atenderse de ningún padecimiento en los centros de salud de su localidad, incluso cuando los síntomas por la infección sean leves o inexistentes, genera retrasos en la atención médica y complicaciones.

"Tenemos pacientes de otras regiones que fácilmente pueden ser atendidos en un hospital de segundo nivel, pero que por ser positivos a COVID-19 se les refiere a nuestro hospital, por ejemplo, para atender el parto. La lejanía y dificultad en el transporte hace que todo se retrase y que el parto se complique, incluso hasta la necesidad de hospitalizar al neonato. Eso sale más caro para la salud de los pacientes y para el sistema de salud que tiene que atender las complicaciones. La regionalización de la atención, sin duda, disminuiría la morbilidad y la mortalidad", finalizó el especialista.

Los doctores Prado y Enríquez han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

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