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Los trastornos mentales se encuentran entre las principales causas de la carga mundial de enfermedades. El Estudio sobre la Carga Mundial de Enfermedades, Lesiones y Factores de riesgo (GBD) de 2019 mostró que los dos trastornos mentales más incapacitantes eran los trastornos depresivos y de ansiedad, ambos clasificados entre las primeras 25 causas a lo largo de toda la vida, para ambos sexos y en muchos lugares del mundo. Otro dato interesante es que no se detectó una reducción en la prevalencia o carga global para ninguno de los trastornos desde 1990, a pesar de la evidencia convincente de intervenciones que reducen su impacto.[1]
Como médicos solemos ser muy buenos en el tratamiento de enfermedades, pero a menudo no tan buenos en el tratamiento de la persona. El foco de nuestra atención ha estado en la condición física específica más que en el paciente en su conjunto. Hemos prestado menos atención a la salud psicológica y a cómo esta puede contribuir a la salud física y la enfermedad.
Sin embargo, cada vez más advertimos cómo la salud psicológica puede influir no solo de forma negativa, sino también positiva, sobre el proceso salud-enfermedad.
Hace pocos meses la American Heart Association (AHA) fue encargada para evaluar, sintetizar y resumir para la comunidad médica el conocimiento hasta la fecha sobre la relación entre la salud psicológica y la salud y enfermedad cardiovasculares.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como "un estado de bienestar en el que una persona se da cuenta de su propio potencial, puede hacer frente a las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y contribuir a su bienestar o el de su comunidad".[2]
La salud psicológica negativa incluye depresión, estrés crónico, ansiedad, ira, pesimismo e insatisfacción con la vida actual. La salud psicológica positiva también es multifacética y puede caracterizarse por un sentido de optimismo, de propósito, gratitud, resistencia, afecto positivo (es decir, emoción positiva) y felicidad.
Hace poco más de año y medio la humanidad se vio amenazada por la aparición de la pandemia de COVID-19, la cual exacerbó los aspectos negativos de la salud psicológica en un contexto que ya era desfavorable por lo mencionado previamente y genera preocupación acerca de los efectos resultantes en la salud mental a través de sus efectos psicológicos directos y sus consecuencias económicas y sociales a largo plazo.
Hasta el momento ningún estudio había analizado el impacto global de la pandemia de COVID-19 en la prevalencia del trastorno depresivo mayor y los trastornos de ansiedad. Los trabajos previos consistieron en encuestas en lugares específicos durante cortos periodos.
Lancet publicó una revisión sistemática para identificar datos de encuestas de población publicadas entre el 1 de enero de 2020 y el 29 de enero de 2021, con el objetivo de evaluar los impactos globales de la pandemia en el trastorno depresivo mayor y los trastornos de ansiedad, cuantificando la prevalencia y la carga de los trastornos por edad, sexo y ubicación en 204 países y territorios en 2020.[1]
Los estudios elegibles informaron la prevalencia de trastornos depresivos o de ansiedad que eran representativos de la población general y tenían información basal prepandémica. Utilizando una herramienta de metanálisis de modelado de enfermedades, los datos de los estudios elegibles se emplearon para estimar los cambios en la prevalencia del trastorno depresivo mayor y los trastornos de ansiedad debidos a COVID-19 según edad, sexo y ubicación.
Se utilizaron estimaciones de la tasa diaria de infección por COVID-19 y el movimiento de personas como indicadores del impacto de la pandemia en las poblaciones.
La revisión sistemática identificó 5.683 fuentes de datos, de las cuales 48 cumplieron con los criterios de inclusión. La mayoría de los estudios se realizó en Europa Occidental (22) y Norteamérica de ingresos altos (14); el resto en Australasia (5), Asia Pacífico de ingresos altos (5), Asia Oriental (2) y Europa central (1).
El metanálisis mostró que el aumento de la tasa de infección por COVID-19 y la reducción del movimiento de personas se asociaron con una mayor prevalencia de trastorno depresivo mayor y trastornos de ansiedad, lo que sugiere que los países más afectados por la pandemia en 2020 tuvieron los mayores aumentos en la prevalencia de estos trastornos.
En ausencia de la pandemia, las estimaciones del modelo sugieren que habría habido 193 millones de casos de trastorno depresivo mayor (2.471 casos por 100.000 habitantes) en todo el mundo en 2020. Sin embargo, el análisis muestra que hubo 246 millones de casos (3.153 por 100.000), un aumento de 28% (53 millones de casos adicionales). Más de 35 millones de los casos adicionales fueron en mujeres, en comparación con cerca de 18 millones en hombres.
Con respecto al trastorno de ansiedad, las estimaciones del modelo sugieren que habría habido 298 millones de casos de estos trastornos (3.825 por cada 100.000 habitantes) a nivel mundial en 2020 si no hubiera ocurrido la pandemia. El análisis indica que de hecho hubo un estimado de 374 millones de casos (4.802 por 100.000) durante 2020, un aumento de 26% (76 millones de casos adicionales). Casi 52 millones de los casos adicionales fueron en mujeres, en comparación con alrededor de 24 millones en hombres.
Las personas más jóvenes se vieron más afectadas por el trastorno depresivo mayor y los trastornos de ansiedad que los grupos de mayor edad. La prevalencia adicional de estos trastornos alcanzó su punto máximo entre las personas de 20 a 24 años (1.118 casos adicionales de trastorno depresivo mayor por cada 100.000 y 1.331 casos adicionales de trastornos de ansiedad por 100.000) y disminuyó con el aumento de la edad.
La pandemia ha exacerbado muchas desigualdades existentes y determinantes sociales de la salud mental y las mujeres han sido las más perjudicadas.
El cierre de escuelas y las restricciones más amplias que limitaron la capacidad de los jóvenes para aprender e interactuar con sus compañeros, junto con el mayor riesgo de desempleo, también significaron mayor número de trastorno depresivo mayor y ansiedad durante la pandemia en este grupo.
Con respecto a la salud y el riesgo cardiovascular, existe evidencia de estudios observacionales y de grandes bases de datos administrativas que muestran que el estrés psicológico, el trauma, la ira, la hostilidad y los trastornos de salud mental, así como los atributos psicológicos positivos, influyen en la salud cardiovascular.[3,4]
Debido a la metodología de estos análisis, existe un potencial sesgo por clasificación errónea y confusión, lo que presenta desafíos para establecer asociaciones causales. Sin embargo, muchos estudios han utilizado una metodología que incluye eventos cuidadosamente adjudicados y medidas objetivas de enfermedad cardiovascular y ajustes para una amplia diversidad de posibles factores de confusión.[5,6]
Durante la pandemia podría resultar sencillo explicar la reducción de los procedimientos programados en patología cardiovascular, con motivo de las medidas de suspensión tomadas por las autoridades. Pero resulta más compleja la explicación de por qué disminuyeron las consultas de urgencia cardiovascular. Las explicaciones posibles, serían:
Hubo una disminución real relacionada con el aislamiento en domicilio, no concurrir al trabajo, modificación de los hábitos alimentarios y uso del tiempo de ocio. Esto implica por un lado una menor exposición a contagios de otras enfermedades virales que juegan un rol conocido como factor desencadenante en insuficiencia cardiaca y síndromes coronarios agudos, así como también menor estrés laboral.
No hubo tal disminución y por el contrario hubo aumento, debido a que la mortalidad global incluye fallecimientos violentos, los cuales disminuyeron en ese periodo, pudiendo ser reemplazados por decesos de origen cardiovascular debidos a desencadenantes como estrés por la pérdida de la fuente laboral, miedo a enfermar, falta de interacción social, además de los malos hábitos alimentarios en los sectores más vulnerables, falta de actividad física y temor a consultar en los hospitales por el riesgo de contagiarse.
Por el momento resulta difícil estimar el impacto de la falta de atención en la patología cardiovascular. Solo el tiempo nos permitirá comprenderlo y resulta interesante preguntarse si parte de la afección cardiovascular de COVID-19 posee un componente relacionado al estrés psicológico vivido.
Volviendo a la revisión sistemática publicada en The Lancet, los autores reconocen que su estudio se vio limitado por la falta de datos de alta calidad sobre los efectos de la pandemia de COVID-19 en la salud mental en muchas partes del mundo, particularmente en países de ingresos bajos y medianos.
Por este motivo, las estimaciones extrapoladas para otros países donde faltan datos deben realizarse con cautela. La mayoría de los datos disponibles se basó en escalas de síntomas autoinformados que solo estiman los casos probables de trastorno depresivo mayor y trastornos de ansiedad. Más datos de las encuestas de diagnóstico de salud mental representativas de la población general, de las cuales solo tres cubrieron el periodo de estudio, mejorarán la comprensión de los efectos de la pandemia en la salud mental.
La prevalencia de otros trastornos mentales, como los trastornos alimentarios, también podría haberse visto afectada por la pandemia de COVID-19 y los autores consideran que estos deben evaluarse a medida que se realicen nuevas encuestas de salud mental.
La información disponible, más allá de las limitaciones metodológicas mencionadas, es muy relevante e impone un llamado a la acción para fortalecer los sistemas de salud mental e incentivar de manera urgente más investigaciones con el fin de determinar la distribución geográfica más completa de la depresión y la ansiedad, la prevalencia de los trastornos depresivos y de ansiedad y los mecanismos subyacentes para mejorar la salud mental en el contexto de la pandemia de COVID-19 a nivel mundial.
Conclusiones
Los trastornos depresivos y de ansiedad aumentaron durante 2020 debido a la pandemia de COVID-19.
Incluso antes de esta, los trastornos depresivos y de ansiedad figuraban como las principales causas de carga de enfermedad a nivel mundial, a pesar de la existencia de estrategias de intervención que pueden reducir sus efectos.
Satisfacer la demanda adicional de servicios de salud mental debido a COVID-19 será difícil, pero no imposible. Las estrategias de mitigación deben promover el bienestar mental y apuntar a los determinantes de la mala salud mental exacerbada por la pandemia, así como las intervenciones para tratar a quienes desarrollan un trastorno mental.
Por otro lado, es fundamental que los médicos en general tomemos nota de lo siguiente:
La salud psicológica es un componente importante del bienestar de los pacientes.
Existe un conjunto sustancial de datos de buena calidad que muestran asociaciones claras entre la salud psicológica y salud física.
Existe creciente evidencia de que la salud psicológica puede estar relacionada causalmente con los procesos y comportamientos biológicos que contribuyen y causan las enfermedades.
La preponderancia de datos sugiere que las intervenciones para mejorar la salud psicológica pueden tener un impacto beneficioso sobre la salud en general. Los médicos deberíamos utilizar medidas de detección simples para evaluar el estado de salud psicológica.
Las enfermedades no deben tratarse como una entidad aislada, sino como una parte de un sistema integrado, es decir: "la persona en su conjunto".
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CRÉDITO
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Citar este artículo: Prevalencia y carga de trastornos depresivos y de ansiedad en 204 países y territorios en 2020 debido a la pandemia de COVID-19 - Medscape - 1 de dic de 2021.
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