La medición y control de la fragilidad son claves para prevenir el deterioro del paciente con diabetes y el envejecimiento acelerado

Carla Nieto Martínez

29 de julio de 2021

MADRID, ESP. La fragilidad, la diabetes y el envejecimiento acelerado están íntimamente relacionados, y buena parte de la potente asociación que existe entre estas tres circunstancias se explica por el "hilo conductor" que suponen factores asociados a un estilo de vida poco saludable. Esta interrelación, sus peculiaridades y la forma más adecuada de prevenir y evitar las consecuencias negativas derivadas de ella fueron el tema central de la sesión sobre Longevidad, estilos de vida y diabetes, que se celebró durante el XXXIII Congreso de la Sociedad Española de Diabetes (SED).[1]

Dr. Francisco José García García

El Dr. Francisco José García García, jefe del Servicio de Geriatría del Complejo Hospitalario de Toledo, comentó que el impacto conjunto de la fragilidad y de la diabetes alcanza 40% de la población española mayor de 65 años. "La nutrición inadecuada o el sedentarismo son algunos factores de riesgo relacionados con el estilo de vida que suponen el principal nexo de unión entre estas afecciones, que además comparten vías patogénicas hormonales e inmunológicas comunes. Todo esto hace que la aparición conjunta de diabetes y fragilidad potencie cambios que a su vez inducen a envejecimiento acelerado".

"Asimismo, evidencia reciente ha demostrado que la diabetes es un predictor de fragilidad, discapacidad, envejecimiento acelerado y alteraciones cognitivas a medio plazo, y también que uno de los factores de riesgo más graves que puede tener un paciente con diabetes es entrar en fragilidad", añadió el especialista.

El Dr. García, que también es director del Centro de Investigación Biomédica en Red Fragilidad y Envejecimiento Saludable (CIBERFES), presentó los resultados de una investigación llevada a cabo en el marco del Estudio Toledo de Envejecimiento Saludable (ETES), un estudio de cohorte de 3.500 sujetos puesto en marcha con el objetivo de analizar el impacto de la fragilidad en la evolución natural de la diabetes en personas mayores de 65 años.[2]

La importancia de las escalas de evaluación

"Los datos demuestran que la aparición de la fragilidad en pacientes mayores con diabetes casi quintuplica la mortalidad a 12 años respecto a mayores sin la enfermedad y la multiplica por tres, en comparación con personas con diabetes no frágiles. Es sabido que la fragilidad es una determinante principal de la esperanza de vida de los pacientes con diabetes mayores de 65 años y puede considerarse factor de mal pronóstico, al igual que la macroangiopatía y la microangiopatía. También puede explicar en parte el deterioro cognitivo asociado a la diabetes".

A pesar de todas esas implicaciones asociadas a la fragilidad, el especialista en geriatría hizo hincapié en que se trata de una afección tratable y reversible, y además su abordaje ayuda a mejorar la calidad de vida del paciente con diabetes, para lo cual es necesario que la fragilidad sea un factor debidamente medido y monitorizado.

"En pacientes mayores el monitoreo de la fragilidad cada año es un estándar de buena práctica. Actualmente existen varias escalas. En el estudio ETES hemos empleado el Frailty Index (cuyo problema es el tiempo de ejecución), el fenotipo de Fried (que adolece de sensibilidad al cambio) y la Frailty Scale (FTS5) del ETES, que se pasa en siete minutos y es sensible al cambio, pudiendo utilizarse en diversos escenarios".

El Dr. García explicó que esta última escala (FTS5) se ajusta a los requisitos que deben reunir estas herramientas de medida de la fragilidad: objetiva, ser evolutiva y sensible a los cambios clínicos del paciente, de corta duración, fácil de implementar y con buena capacidad predictiva de efectos adversos.

"Es la escala que hemos utilizado en estudios epidemiológicos y también la estamos probando en la clínica. Una de sus principales ventajas consiste en que es sensible al cambio, porque se basa en cinco ítems que se pueden cambiar mediante intervención (por ejemplo, con ejercicio físico), y tiene rango evolutivo muy alto, lo que permite observar de forma precisa cómo se va deteriorando la persona con diabetes. En la práctica su uso permite establecer programas precoces dirigidos a evitar que llegue a la fragilidad", apuntó el Dr. García.

Intervención nutricional y de actividad física como eje preventivo

En opinión de este especialista, dado el estrecho vínculo que existe entre la fragilidad, la diabetes y el envejecimiento acelerado, la medida más relevante es la prevención, y ello pasa a su vez por buen control metabólico y por la implementación de cambios en el estilo de vida referidos especialmente a la dieta y a la actividad física. "La nutrición es el factor prioritario, pero el ejercicio a través de distintas vías es determinante en estos pacientes. Una vez que aparece la fragilidad es necesaria una intervención con entrenamiento físico, con amplitud e intensidad adecuadas prescritas por un especialista en ciencias de la actividad física y el deporte".

Dr. Luigi Fontana

El Dr. Luigi Fontana, director del Programa Clínico e Investigación de Longevidad Saludable en el Charles Perkins Centre de la Facultad de Medicina y Salud, en Sidney, Australia, puso el foco sobre las consecuencias que la obesidad tiene en este contexto.

"La prevalencia de la obesidad metabólica, incluso en personas con normopeso, aumenta notablemente en la población general a nivel mundial hasta alcanzar proporciones epidémicas. Por ejemplo, 57% de la población norteamericana con peso normal presenta al menos una anormalidad metabólica. Esta afección explica el elevado riesgo de desarrollar diabetes, así como el amplio rango de alteraciones cardiometabólicas y oncológicas que observamos en personas con índice de masa corporal de 21 a 28 kg/m2 y que han ido ganando pequeñas cantidades de peso (> 5 kg) durante la edad adulta".

"La mayoría de las enfermedades crónicas más prevalentes tiene un sustrato metabólico común en el que influyen factores relacionados con el estilo de vida, entre los que se incluyen estrés mental, sedentarismo, ingesta calórica excesiva y una dieta poco saludable. Este riesgo no empieza a los 50 a 60 años, sino que probablemente tiene su origen mucho antes, durante la gestación, ya que la acumulación del daño molecular puede iniciarse en el útero y progresar durante muchas décadas en el contexto de un estilo de vida poco saludable", señaló el Dr. Fontana.

Restricción calórica y longevidad

En relación con esto, el Dr. Fontana aludió a los resultados de los últimos estudios llevados a cabo por el equipo de investigación que lidera y que apuntan a que ese daño molecular procedente de ciertos hábitos (sedentarismo, sobrenutrición, tabaco/alcohol, estrés) puede ser modulado mediante distintas intervenciones del estilo de vida, actuando sobre varias vías moleculares específicas.[3] "Esto significa que podemos personalizar el tratamiento basándonos en el estado metabólico de cada persona en concreto y cambiando sus parámetros, con el objetivo de reducir el daño molecular".

El Dr. Fontana añadió que en este contexto, la nutrición, y más concretamente, la restricción calórica, es la intervención no genética más sólida hasta la fecha para maximizar la vida útil en múltiples modelos animales y también aumenta la esperanza de vida. "Los estudios realizados al respecto han demostrado cómo una reducción calórica moderada (13%) mejora muchos factores implicados en el riesgo metabólico"; el experto italiano advirtió que si bien la esperanza de vida aumenta al máximo a medida que se reduce la ingesta de alimentos, este beneficio sobre la longevidad disminuye rápidamente en aquellos casos en los que la restricción se vuelve excesiva, así que hay que situarlo siempre en un contexto sin desnutrición.

En base a estas evidencias, el especialista señaló que los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) respecto a que al menos 80% de las enfermedades cardiovasculares y la diabetes, y 40% de los cánceres, se pueden prevenir mediante un estilo de vida saludable, son conservadores.

Asimismo, destacó la importancia de la dieta mediterránea como uno de los instrumentos que se pueden utilizar para controlar el peso corporal y mejorar la salud metabólica, "aunque es necesario usar de forma moderada algunos de sus componentes, por ejemplo el aceite de oliva, que es muy rico en calorías".

Actividad física como factor antioxidante

Por su parte, la Dra. Carmen Gómez-Cabrera, coordinadora del Grupo de Investigación en Ejercicio, Nutrición y Estilo de Vida Saludable del Instituto de Investigación Saludable (INCLIVA), analizó los beneficios moleculares del ejercicio frente a la fragilidad y el envejecimiento acelerado. "La restricción calórica, los inhibidores de mTOR (rapamicina), los precursores de nicotinamida adenina dinucleótido fosfato, metformina o los modificadores de la longitud telomérica, han demostrado su papel en lo que respecta a la longevidad. Sin embargo, no todos estos factores tienen efecto positivo sobre la calidad de vida, algo que sí ha demostrado el ejercicio físico".

La Dra. Gómez-Cabrera señaló que la práctica de actividad física es una intervención muy potente por varias razones: "El ejercicio produce activación de una serie de estímulos en el músculo para adaptarse a la actividad física y esto a su vez da lugar a una serie de efectos favorables, como mejoras en la red mitocondrial, citoprotección o hipertrofia y defensa antioxidante durante la contracción muscular. Respecto a esto último, se sabe desde hace tiempo que la contracción muscular produce aumento de los radicales libres procedentes de las distintas fuentes que causan el daño oxidativo muscular, pero a su vez induce la expresión de genes implicados en la defensa antioxidante endógena".

"Asimismo, hay evidencias de que las personas con condición física óptima presentan mayor nivel de actividad de sus enzimas antioxidantes y muestran valores inferiores de oxidación. Por tanto, en este contexto el ejercicio físico se puede considerar como factor con efecto antioxidante, siendo capaz de retrasar la fragilidad a través de este mecanismo", destacó.

Respecto al modelo de ejercicio físico más recomendable para prevenir y abordar la fragilidad, la Dra. Gómez-Cabrera resaltó los beneficios de las estrategias multicomponentes, en las que en la misma sesión se trabajan las principales cualidades físicas básicas, "esto es, que incluya tanto el ejercicio aeróbico como el trabajo de fuerza. Este último ha estado denostado durante algunos años en adultos mayores, pero hoy por hoy se sabe que es un tipo de entrenamiento muy recomendable. Cuando existe riesgo elevado de caída hay que incorporar el trabajo de equilibrio, sobre todo en adultos mayores. Asimismo, el entrenamiento de intervalos de alta intensidad (HIIT) y corta duración, que combina fuerza-resistencia, es una alternativa muy recomendable, ya que supone la solución a uno de los principales obstáculos con que nos encontramos al pautar la actividad física a esos pacientes: la falta de tiempo”.

"La fragilidad es una situación en la que es muy fácil intervenir, y en donde el papel del ejercicio físico está demostrado. Por el contrario, revertir la discapacidad o la dependencia a la que pueden llegar estos pacientes resulta mucho más difícil y complicado", concluyó la Dra. Gómez-Cabrera.

Los doctores García García, Fontana y Gómez-Cabrera han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

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