Peor cognición por exposición a la contaminación del aire «in utero»

Erik Greb

Conflictos de interés

3 de marzo de 2021

La exposición in utero a la contaminación del aire está vinculada con peor cognición a edad posterior, señala nueva investigación.[1]

Los resultados de un estudio longitudinal grande demuestran que la exposición a la contaminación del aire a edad temprana tuvo vínculo pequeño, pero detectable, con peor cognición entre los 11 y los 70 años de edad. Sin embargo, la magnitud del efecto fue pequeña y los resultados no respaldaron un efecto acumulativo.

"El paradigma en el curso de la vida es esencial para comprender el deterioro cognitivo, y este es el primer estudio en que se examina la exposición a la contaminación del aire durante el curso de la vida en relación con la salud cognitiva", describieron en su artículo los investigadores, dirigidos por Tom C. Russ, Ph. D., director del Alzheimer Scotland Dementia Research Centre, en Edimburgo, Reino Unido.

Los hallazgos fueron publicados en versión electrónica el 8 de enero en Journal of Alzheimer's Disease.

Un "primer paso" importante

Los investigadores señalaron que ha existido vínculo constante entre la contaminación del aire y el deterioro cognitivo y la demencia. Sin embargo, no está claro si este mayor riesgo ocurre a través de la exposición a largo plazo o si hay periodos críticos en la vida en los que la exposición es particularmente dañina.

"Un obstáculo clave para esclarecer esta relación es la escasez de datos históricos sobre la contaminación del aire", destacaron.

Para investigar el vínculo potencial entre la contaminación del aire y el cambio cognitivo durante más de 60 años, se analizaron datos de 572 participantes de la Lothian Birth Cohort 1936 sobre los antecedentes de residencia en el curso de la vida.

Los participantes tomaron la Moray House Test para la capacidad cognitiva a los 11 de años de edad y de nuevo a los 70, 76 y 79 años. Las covariables consistieron en sexo, coeficiente intelectual a los 11 años de edad, clase social y tabaquismo.

Los investigadores utilizaron el modelo de transporte químico atmosférico EMEP4UK para estimar las concentraciones ambientales de partículas finas con diámetro de 2,5 mm o menos para los años 1935, 1950, 1970, 1980 y 1990.

Combinaron estas estimaciones con datos contemporáneos del año 2000 en adelante para estimar la exposición a la contaminación del aire durante el curso de la vida de los participantes. Los investigadores también calcularon emisiones de óxidos de nitrógeno, óxidos de sulfuro, amoniaco, compuestos orgánicos volátiles diferentes al metano y monóxido de carbono, para los años de interés.

Los investigadores encontraron pequeña asociación entre la exposición a niveles más altos de contaminación del aire en 1935, cuando los participantes se encontraban in utero, y peor trayectoria cognitiva de los 11 años de edad a los 70 años (β = -0,006; p = 0,03).

No hubo respaldo para otros periodos críticos o sensibles de exposición o acumulación de riesgo (p > 0,05 para todos).

Los investigadores reconocieron que debido a las diversas metodologías utilizadas para obtener la amplia diversidad de estimaciones de emisiones, los resultados del estudio tienen considerables grados de incertidumbre.

No obstante, señalaron que los hallazgos representan "el primer paso en un nuevo campo, y esperamos en los próximos años lograr comprender mejor los efectos de la contaminación del aire sobre el cerebro en el curso de la vida".

¿Amenaza insidiosa?

Kaarin Anstey

En su comentario sobre el estudio para Medscape Noticias Médicas, Kaarin J. Anstey, Ph. D., profesora de psicología y directora del Ageing Futures Institute de la University of New South Wales, en Kensington, Australia, señaló que los hallazgos plantean interrogantes en torno a la índole insidiosa de la contaminación del aire y sus efectos sobre el desarrollo temprano del cerebro.

"Se plantea si hay periodos críticos del desarrollo en la infancia en quienes la exposición a la contaminación es más perjudicial para la salud a largo plazo y si hay diferencias neuronales cuantificables entre lactantes expuestos a la contaminación del aire y los no expuestos", destacó Anstey, quien no intervino en el estudio.

Las fortalezas del estudio incluyen la disponibilidad de datos cognitivos en la infancia y la edad avanzada de los participantes en el estudio, la disponibilidad de los datos de contaminación del aire en diversos momentos que se vincularon con antecedentes de residencia y el ajuste con respecto a parámetros importantes de la posición socioeconómica, como la formación educativa de los padres.

"Sus debilidades radican en el carácter autonotificado y retrospectivo de los datos de los antecedentes de residencia, el intervalo prolongado entre las pruebas cognitivas a los 11 y a los 70 años, y los datos incompletos sobre la exposición acumulada y la exposición a otros contaminantes", agregó Anstey.

"Cabe esperar que las mejoras en la monitorización ambiental a gran escala proporcionen mejor muestreo en el tiempo de las exposiciones y permitan estimaciones de exposiciones acumuladas a los contaminantes", añadió.

Al mejorar el análisis de series de datos complejos para incluir múltiples momentos de evaluación, las técnicas de datos masivos ayudarán a proporcionar mejores modelos de patrones de exposición, puntualizó.

Anstey señaló que la duración prolongada de la vida adulta también permite exposiciones a otros factores de riesgo posiblemente de confusión, y que estos últimos pueden no ser captados durante las evaluaciones realizadas en la investigación.

"Un enfoque para comprimir el tiempo necesario para estudiar el curso de la vida es a través de estudios de cohorte longitudinales acelerados. Estos estudios implican comenzar cohortes en diferentes años con evaluaciones superpuestas", dijo Anstey.

El estudio también plantea la duda de cómo explicar con precisión las desigualdades de salud en la investigación de la salud ambiental, dado que los lactantes expuestos a la contaminación del aire también tienen más probabilidades de ser socialmente desfavorecidos.

"La investigación plantea la duda de que la exposición a la contaminación del aire in utero repercuta en otros órganos y aumente el riesgo a largo plazo de enfermedades cardiacas y respiratorias", concluyó Anstey.

El estudio recibió financiación del Consejo de Investigación del Medioambiente Natural de Reino Unido, la oficina del Científico Jefe y el Consejo de Investigación Médica. Russ y Anstey han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

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