COMENTARIO

Sin importar hechos terribles, los médicos tienen un lema: indulgencia por las faltas de nuestros pacientes

Dra. Amy Faith Ho

Conflictos de interés

15 de diciembre de 2020

Nota de la editora: Encuentre las últimas noticias y orientación acerca de la COVID-19 en el Centro de información sobre el coronavirus (SARS-CoV-2).

He salvado la vida a asesinos múltiples, pandilleros peligrosos y miembros del Ku Klux Klan. He tratado asesinos en serie, pedófilos y terroristas de nuestra sociedad colectiva. He curado heridas a un violador y a 3 metros de distancia he suturado la herida pélvica de su víctima infantil.

El golpe moral es suficiente para revolver la conciencia a cualquiera.

Como médico de urgencias estoy obligada a tratar a todo el que atraviesa nuestra puerta doble caminando, dando tumbos o sobre ruedas con independencia de qué tipo de vida hace, qué delitos ha cometido y qué creencias sostiene.

Recordaré que soy un miembro de la sociedad con obligaciones especiales hacia mis congéneres...

Este fragmento del juramento hipocrático recitado por todo médico que recibe el título, es noble en su esencia, pero puede ser bastante complicado aplicarlo en la práctica. Estos compromisos son intrínsecos a nuestra profesión y forman parte del juramento que hemos prometido cumplir con independencia del daño que haya causado el paciente. Esta era nuestra realidad como médicos, pero COVID-19 ha añadido carga adicional.

Conforme la diseminación infecciosa de un virus mortal ha acaparado nuestra atención cotidiana, la sociedad se ha distanciado y aislado más todavía. Nuestros amigos y familiares se han convertido en posibles transmisores de la infección. Y en muchos casos, la compasión ha quedado relegada por el instinto de sobrevivir. Donde los vecinos buscaban normalmente una mano amiga ahora preguntan: "¿Dónde están los guantes?".

Mientras la mayoría de la gente se aleja de los demás en la asistencia sanitaria nos hemos acercado para convertir nuestro sistema sanitario en una máquina de luchar contra COVID-19.

Cuando prometemos no hacer daño no estamos asumiendo que sea necesario ponernos en riesgo a nosotros mismos.

Sin embargo, los riesgos de COVID-19 han subido el valor de la compasión incluso para nosotros. Dedicar más tiempo a la cabecera de un paciente con COVID-19 aumenta el riesgo de contraer esta enfermedad. Dicho riesgo amenaza nuestras vidas y también la de nuestros seres queridos.

Cuando prometemos no hacer daño no estamos asumiendo que sea necesario ponernos en riesgo a nosotros mismos. En los primeros meses de la pandemia todos valoramos la posibilidad incómoda de sacrificar nuestra propia vida para tratar a extraños que luchaban por la suya. Esto era todavía más delicado porque veíamos cómo sucumbían nuestros compañeros a esta realidad cruda.

De manera extraordinaria, a la inmensa mayoría estos hechos no nos desalentaron para esforzarnos todavía más en nuestro trabajo, día tras día, noche tras noche, guardia tras guardia.

En la actualidad hemos asumido implícitamente estos riesgos laborales como parte de nuestra lealtad con la labor de la medicina. No obstante, este riesgo personal dificulta el cumplimiento del compromiso moral de tratar "a todos los seres humanos", sobre todo cuando se refiere a los proscritos de la sociedad, como los reclusos.

Los presos han sufrido una tasa desproporcionada de infección por COVID-19, con tasas más altas de transmisión y de mortalidad.[1,2] Las causas son diversas, como el hacinamiento en las cárceles, las condiciones sanitarias subyacentes de los encarcelados e incluso la infección intencionada para salir de las paredes de la cárcel.[3]

No obstante, tratamos a muchos de estos pacientes en nuestros hospitales, aplicando los mismos tratamientos que a los demás.

Esta es la situación, salvar la vida de delincuentes, algunos en espera de la pena de muerte. El virus intentó cumplir la condena a muerte que la ley había dictado, pero todavía no había ejecutado. Aun así, actuamos de manera intensiva empleando fármacos, intervenciones y respiradores con gran riesgo de infectarnos.

En una época en la que el control del gasto sanitario está acercándose a la realidad, ¿por qué debemos poner nuestras vidas en peligro, las de nuestros compañeros, las de nuestros familiares y los recursos de nuestros hospitales a disposición de estos pacientes?

Me hice esta misma pregunta mientras trataba a muchos reclusos con COVID-19, realizando técnicas de alto riesgo de transmisión por aerosoles, como intubaciones, confiando en que mi mascarilla N95 me protegiera bien a pesar de reutilizarla.

Cuando vi de cerca las caras temerosas de estos reclusos me afectó mucho su vulnerabilidad mientras se esforzaban por respirar. Acumulaban lágrimas en los ojos muy cerca de tatuajes en forma de lágrima que celebraban las muertes que causaron durante su vida previa. En ese momento, enfrentados a la encrucijada entre la vida y la muerte, no reflejaban la insensibilidad brutal de sus crímenes. Solo veía autenticidad sincera cuando entre las respiraciones balbuceaban: "Por favor, ayúdeme".

Lo que les ofrecí era ayuda y ayuda es lo que prometimos dar en cualquier circunstancia y a todas las personas.

La integridad de la medicina moderna está basada en el juramento hipocrático, así como en la premisa de que nuestra función no es juzgar, sino tratar. Esto nos libera de creer en la bondad, la amabilidad y la salvación en cualquier situación extrema.

Toda persona es una vida y merece la pena salvar todas las vidas.

Para muchas personas, como los exiliados, los excluidos y los encarcelados, la sociedad ha juzgado y la ley ha condenado. Pero cuando entran en la casa de la medicina seguimos tratándolos con la misma compasión y el mismo cuidado que a cualquier otra paciente. Toda persona es una vida y merece la pena salvar todas las vidas.

La Dra. Amy Faith Ho es médica de urgencias, escritora difundida y conferenciante nacional en temas relacionados con asistencia a la salud y política sanitaria; ha publicado artículos en Forbes, Chicago Tribune, NPR, Kevin MD y TEDx. Amy también es asesora médica de Medscape.

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