Hoy es el último día de la campaña 16 Días de activismo contra la violencia, iniciada a partir del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, con el objetivo principal de denunciar la violencia que se ejerce sobre las mujeres en todo el mundo y reclamar su erradicación.
El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer inició por el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano en 1981, en alusión a la fecha en que en 1960 fueron asesinadas las tres hermanas Mirabal (Patria, Minerva y María Teresa) en República Dominicana.
Esta reivindicación fue asumida por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1993, entendiendo por violencia contra la mujer:
Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.
Violencia contra las mujeres durante el confinamiento
Aunque la definición parece muy obvia, hasta el punto de pensar que actos tan atroces no pueden pasar desapercibidos, me temo que sí lo hacen. En situaciones de emergencias sanitarias como la que vivimos actualmente por la pandemia de COVID-19 se incrementa la violencia sexual, fundamentalmente hacia las mujeres.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, países como China, Reino Unido y Estados Unidos han reportado un incremento, a diferencia de otros países de los que carecemos de datos oficiales o han reportado disminución de las denuncias, siendo el aislamiento y el miedo al contagio algunas causas de esta seudodisminución.
En México vivimos en la dicotomía entre el discurso de la conferencia matutina en la que se afirma: "La familia mexicana es distinta a la europea, a la estadounidense. Nosotros estamos acostumbrados a convivir, a estar juntos. En los hogares mexicanos hay hijos, nueras y nietos conviviendo en armonía" y los reportes emitidos por la Red Nacional de Refugios mostrando incremento de 81% en mujeres y niños atendidos, y aumento de 55% en las llamadas de auxilio, esto a 4 meses de iniciada la pandemia, alcanzando una ocupación de 80% de la red de refugios en octubre de este año.
La vida me ha enseñado que la violencia de género puede ser tan obvia como su definición, que según mi experiencia serían los casos denunciados o la punta del iceberg; o puede ser sutil, oculta y silente, y constituir la inmensidad del iceberg, que serían los 9 de cada 10 casos que nunca se denuncian.
El aislamiento como medida sanitaria para evitar el contagio (donde las mujeres están más alejadas de sus familiares y amigos, atendiendo las necesidades escolares de los niños y con mayor sobrecarga de trabajo, con reducción significativa de los ingresos económicos por los cambios laborales que han acontecido en muchos hogares), la tensión acumulada, un agresor sometido a mayor presión siendo la principal fuente de ingresos, mayor dificultad para trazar un plan de emergencia y un sistema judicial también en "aislamiento", constituyen la combinación perfecta para el aumento de todo tipo de violencia contra la mujer: física, sexual, psicológica, patrimonial y económica.
Muchas veces he oído comentarios como: "Es una tonta por aguantar", "si lo tolera es porque quiere", "que se marche y se acabó el problema", que hacen parecer sencillo algo que no lo es.
La mujer víctima de violencia de género ha sido privada de algo tan intrínseco a la persona como es la "voluntad". Su vida está controlada y vulnerada en todos los aspectos hasta llegar a un punto en el que pierde la identidad y se mira a un espejo sin reconocer lo que algún día fue o había anhelado ser, y solo reflejando una sombra bajo la figura de su agresor.
Las estadísticas indican que 70% de las mujeres hemos sufrido o sufriremos violencia de genero en algún momento de nuestra vida y, por desgracia, el aislamiento al que estamos sometidos se ha convertido en el aliado perfecto de los agresores. Si extrapolamos estos datos a nuestras consultas (en mi caso, de ginecología), quiere decir que 70% de mis pacientes está en riesgo; si muchas de estas mujeres se encuentran la mayor parte del día supervisadas por su agresor, asistir a una consulta médica puede ser la única ocasión que tengan para establecer contacto con el exterior y puedan ser captadas por una red de ayuda.
Existen tantos patrones de violencia como mujeres, por lo que no es tarea fácil, lo más importante es saber que existen, y al igual que establecemos ciertos algoritmos para sospechar enfermedades, debemos hacer lo mismo en el caso de la violencia de genero.
Focos rojos
Algunos focos rojos que durante la consulta pueden alertarnos de que una mujer sufre violencia de género se encuentran en los siguientes ejemplos:
Mediana edad, ama de casa, poco interesada en su imagen personal, autoestima baja, evade respuestas o estas son superficiales, mirada vacía, tenues marcas equimóticas en brazos, del tamaño de una moneda o menor, a veces también en muslos, diferente evolución, casi siempre con el agresor muy cerca, callado, molesto al realizar el pago.
Jóvenes casi adolescentes, hablando en tono alto, deseando llamar la atención, ingesta de ansiolíticos y antidepresivos, nunca dicen el motivo por el que los requieren; cuando se indaga posible trastorno límite de la personalidad, alguna marca de autolesión durante la exploración, inicio precoz de las relaciones, múltiples parejas sexuales, alto riesgo de haber sufrido abuso sexual infantil, son denominadores comunes que aparecen.
Mujer madura, conservadora, religiosa, muy arreglada, una sola pareja, su marido, con el que se casó muy joven, ha sufrido enfermedades de transmisión sexual de repetición, desde sífilis hasta gonorrea (debemos estar alerta ante secuelas) nunca ginecólogo fijo, cambia frecuentemente, se siente avergonzada.
Profesionista altamente cualificada, separada de su núcleo familiar, trabaja muy poco porque a su esposo no le gusta que lo haga, ya que no tiene necesidad, pues él le da todo lo que necesita; pareja insistente en asistir durante la exploración, frecuentes grietas y pequeñas heridas a nivel del introito, frecuente incontinencia de heces por prácticas sexuales que aunque a ella no le gustan no puede negarse, pues "no lo quiere enfadar".
Embarazo adolescente en comunión perfecta con nivel socioeconómico bajo, pacientes embarazadas de primer trimestre forzadas a interrumpir la gestación o viceversa, en ambos casos pérdida de la capacidad de decisión sobre su propio cuerpo.
Unas veces es una pareja que no las deja hablar y expresarse durante el interrogatorio, o las calla sin ninguna pena ejerciendo autoridad. En otras ocasiones son solo miradas. Pero todas ellas con el denominador común de sumisión y pérdida de la propia voluntad… ¡No lo merecen!
Cientos de ellas, con rostro, con nombre, dándonos pistas sutiles del infierno que viven en la intimidad del confinamiento, y que sin decir una palabra suplican nuestra ayuda. Tenemos el deber de prevenir la enfermedad e intentar mantener la salud, y la violencia de género vulnera todo aquello en lo que creemos; no miremos a otro lado, ayudemos a formar esa red de ayuda que evitará que nuestras pacientes sigan cayendo en la oscuridad de la violencia y el olvido.
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Citar este artículo: El consultorio como observatorio de la violencia sexual - Medscape - 10 de dic de 2020.
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