El entrenamiento olfatorio, en auge en España por la COVID-19

Andrea Arnal

Conflictos de interés

28 de septiembre de 2020

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Uno de los tratamientos de recuperación sensitiva que más auge ha tenido en España en 2020 ha sido el referente al olfato, técnica basada en entrenamientos que se emplea para tratar hiposmia y anosmia, y que si bien está ampliamente recomendada en dolencias como traumatismos craneoencefálicos y enfermedades neurodegenerativas, ahora se está empleando sobre todo para tratar pacientes con COVID-19.

Según diversos estudios, el último una revisión llevada a cabo por la British Rhinological Society, lo más efectivo para pacientes que han perdido la capacidad olfativa durante más de dos semanas tras contraer el virus.[1]

A pesar de que esta técnica goza de reconocimiento internacional, en España aún no se aplica de forma generalizada. Uno de los motivos es debido a que "la pérdida del sentido olfativo, a diferencia de otros sentidos como la vista o el oído, no es percibida tan inhabilitante por los pacientes, que acuden a consulta cuando la desaparición es completa y/o afecta considerablemente su calidad de vida" , señaló la Dra. Adriana Izquierdo Domínguez, adjunta del Servicio de Alergología en el Hospital de Terrassa, y coordinadora de la U.D. Alergología de la Clínica Diagonal de Barcelona y Alergo-Rino del CM Teknon, a Univadis España.

De hecho, en una encuesta en Guides to the Evaluation of Permanent Impairment, publicación de la American Medical Association, el olfato se clasificó como el sentido menos importante.[2] Esto puede explicarse porque a pesar de que su pérdida (parcial y total) es una dolencia que afecta a 10% de la población mundial, se estima que la primera consulta suele hacerse entre 6 y 12 meses después de los primeros síntomas.

Con la irrupción de la COVID-19, lo cierto es que las consultas han aumentado: "Ha sido como un boom. Nadie le daba valor al olfato y ahora todo el mundo habla de él", apuntó la Dra. Izquierdo. Actualmente el Hospital Clínic i Provincial de Barcelona, el Hospital Municipal de Badalona, el Hospital Ramón y Cajal de Madrid y recientemente el Hospital Quirónsalud Sagrado Corazón de Sevilla, cuentan con unidades de recuperación olfativa, pero no se trata de momento de un tratamiento que se lleve a cabo de forma generalizada.

Esta técnica ya ha sido empleada y descrita previamente para casos de traumatismos craneoencefálicos en los que se puede perder el olfato, así como en patologías de origen posinfeccioso, idiopáticas, asociadas a rinosinusitis crónica y en enfermedades neurodegenerativas, tales como enfermedad de Parkinson y enfermedad de Alzheimer. Si bien, "con estas últimas existe el riesgo de perder un poco de olfato si no se lleva a cabo periódicamente el entrenamiento", subrayó.

En cuanto al funcionamiento a nivel interno, se ha demostrado que el nervio olfatorio posee la capacidad de regenerarse a lo largo de la vida gracias a las células basales, que son capaces de regenerar el epitelio dañado si se mantienen intactas ante una lesión, y que esta neurorregeneración puede ser estimulada mediante la exposición repetitiva a odorantes, con lo cual, basado en estas propiedades, el entrenamiento olfatorio se ha propuesto como como alternativa válida de tratamiento en pacientes con disfunción olfatoria por razones de diversa índole.

A nivel neuronal se ha observado que el entrenamiento olfatorio actúa gracias a la plasticidad del cerebro, y de hecho, un estudio realizado en 2019 y publicado en la revista Neuroimage, concluyó que dicho ejercicio aumenta el grosor cortical en las regiones del cerebro involucradas en la identificación olfativa, el aprendizaje y la memoria.[3]

Una ventaja de usar este tratamiento es que no causa dolor al afectado en ningún momento, y funciona de manera muy simple: el paciente se expone repetidamente a una serie de olores (anís, ahumado, rosa, vinagre, limón y eucalipto; todos olores que solo se encuentran en el kit español, pues los odorantes varían según el país) e intenta identificarlos. Dicha exposición suele alargarse hasta los 20 segundos por frasco, y se realiza dos veces al día durante al menos tres meses. Al final se estima que a través de estos ejercicios, entre 30% - 50% de los pacientes mejora la capacidad olfatoria.

La ausencia de tratamiento de la disfunción olfativa puede dar lugar a dificultades para realizar actividades diarias como cocinar y la evaluación de la higiene personal, así como verse afectadas las relaciones interpersonales (familia, pareja) del paciente; también se ha demostrado que quienes lo padecen son más susceptibles a la depresión, accidentes por fugas de gas doméstico, e intoxicación alimentaria. En la consulta de Izquierdo han llegado a aparecer casos "incluso con desórdenes alimentarios".

De hecho, una serie de casos publicada en la revista British Medical Journal ya advertía en 2013 que este tipo de trastornos conduce al paciente a sufrir anhedonia, aislamiento social, dificultad para gestionar el olor corporal, y accidentes por exposición a químicos extremadamente tóxicos.[4] El estudio también habla de situaciones en las que el paciente ha sufrido porque el profesional médico ha trivializado en consulta su condición. Por tanto, se recomienda que el especialista, en este caso un alergólogo u otorrinolaringólogo, sea muy cercano, consciente del problema, y asesore al paciente durante todo el proceso: "Empatizar, explicar muy bien en qué consiste el tratamiento y acompañarlos durante todo el proceso", concluyó Izquierdo.

Este contenido fue originalmente publicado en Univadis , una compañía de Medscape.

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