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BUENOS AIRES, ARG. Niveles más altos de estrés, ansiedad, depresión, ira o adicciones no solo son consecuencia esperable de la pandemia de COVID-19, de los confinamientos prolongados y de la preocupación económica, sino que también podrían ser un factor que conspira contra el sostenimiento del distanciamiento social y otras medidas de salud pública necesarias para evitar un desborde de los casos, temen algunos expertos.
Si esto se comprobara, las intervenciones oportunas de profesionales de salud mental y las estrategias para preservar el estado psíquico y anímico deberían considerarse un pilar central para apuntalar y sostener las estrategias de contención de la pandemia, en un contexto en el cual no se descartan segundas olas o brotes recurrentes durante los próximos años.

Dr. Benjamin Oosterhoff
"Basado en lo que sabemos sobre el desarrollo humano y la salud mental, podría ocurrir que la salud mental deficiente tenga efectos (negativos) en el distanciamiento social", comentó a Medscape en español Benjamin Oosterhoff, Ph. D., profesor asociado del Departamento de Psicología de la Montana State University en Bozeman, Estados Unidos.
"Reconocemos que en tiempos de cuarentena, donde hay que pasar un tiempo dentro de casa, donde quizá los niños no puedan salir a jugar, estas situaciones sean el vehículo para desatar ansiedad, depresiones y enojos", manifestó a Medscape en español el Dr. Marcos Espinal, director del Departamento de Enfermedades Transmisibles y Determinantes Ambientales de la Salud de la Organización Panamericana de la Salud.

Analía Pesl
La psicóloga Analía Pesl, integrante de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, no tiene dudas: "Respetar las medidas de salud pública que nos impusieron, que no están naturalizadas, exige una conciencia plena y disponible. Quienes atraviesan un estado de angustia, estrés o preocupación excesiva por otros motivos, podrían poner en segundo plano estas medidas de cuidado que ahora nos resultan novedosas", señaló Pesl a Medscape en español.
El abuso de alcohol y de sustancias ilícitas también puede alterar el estado de conciencia y la percepción de riesgo.
Los consumidores "pueden tener una mala apreciación de los riesgos y actuar imprudentemente. Por ejemplo, si necesitan evitar el síndrome de abstinencia y tienen la urgencia de conseguir la sustancia psicoactiva, pueden incumplir la cuarentena o adoptar otras medidas imprudentes para sí mismos y para terceros", explicó a Medscape en español Ernesto González, Ph. D., director de la Diplomatura en Prevención Laboral de Adicciones de la Facultad de Medicina de la Fundación Barceló en Buenos Aires, Argentina.
Las distintas caras del miedo
Diversos estudios y especialistas ya documentaron o advirtieron sobre el aumento de padecimientos psíquicos derivados del estrés de la pandemia: el miedo al contagio, la incertidumbre, y los temores por la caída de la actividad económica. En abril psiquiatras definieron a COVID-19 como un evento traumático, y anticiparon una pandemia inevitable de enfermedades mentales y trastornos del comportamiento.
En Argentina, por ejemplo, un estudio reciente del Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires constató que durante dos meses y medio de cuarentena crecieron sobre todo el miedo y la depresión, con 30% de participantes que ve con desesperanza su futuro.[1]
Sin embargo, hay menos evidencia en cuanto a la manera en que esos malestares psicológicos y emociones impactan sobre la motivación de la población a respetar el distanciamiento social y otras medidas de salud pública, como el uso de mascarillas o el lavado de manos.
En estudios de laboratorio, Oosterhoff está evaluando distintas variables de la relación entre parámetros psicológicos y distanciamiento social. "Estamos encontrando más evidencia de que las medidas de distanciamiento social preceden a los trastornos de la salud mental, pero eso no significa que la relación no pueda operar también en sentido inverso. La mayoría de las veces la conexiones entre experiencias sociales y la salud mental son dinámicas y se retroalimentan. Yo esperaría que este fuera el caso", dijo.
Para el Dr. Marcelo Cetkovich, director del Departamento de Psiquiatría de INECO, en Buenos Aires, y vicepresidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras, se podría pensar que después de tantos meses de cuarentena la gente está llegando a una fase de "extenuación" y eso podría favorecer una falla del control inhibitorio y la tendencia a cuidarse menos.
Sin embargo, por otro lado, señaló que el repunte de casos y conocer personas del propio círculo social que empiezan a contagiarse opera también como un llamado de atención y vuelve a activar las barreras de la precaución. "Funciona como una alerta. El miedo es una respuesta fisiológica de defensa que puede servir para guardarnos más. No hay que hacer un anatema del miedo", señaló el Dr. Cetkovich a Medscape en español.
De hecho, autores han considerado funcional al miedo para persuadir a las personas a quedarse en casa o restringir sus movimientos.[2] Sin embargo, también podría jugar en contra.
"Una de las cosas más difíciles es predecir es cómo actúan las personas en un contexto de fuerte emoción. Las emociones fuertes pueden llevar a cuidarnos, o por el contrario, disparar conductas disfuncionales (desaprensión, negación) que aumentan el riesgo de contagio y transmisión", señaló Fernando Torrente, Ph. D., director del Departamento de Psicoterapia Cognitiva de INECO, durante una exposición en el Forbes Healthcare Week.[3]
"Hay que tener plena conciencia de lo que está sucediendo y de lo que hay que hacer"
Ante este escenario, los especialistas consideran urgente prestar atención tanto a la dimensión psíquica y emocional de la población como a la circulación del virus.
"La salud psíquica es una herramienta fundamental para que las propuestas de confinamiento y distanciamiento social funcionen. Hay que tener plena conciencia de lo que está sucediendo y de lo que hay que hacer, así como la voluntad y la empatía para pensar en uno y en cómo pueden afectar las propias acciones a otras personas", destacó la psicóloga Pesl.
El Dr. Espinal, de la Organización Panamericana de la Salud, enfatizó la necesidad de reforzar y facilitar el acceso a servicios de conserjería, psicología, psiquiatría y trabajo social, para aconsejar a las personas y abordar de manera precoz cualquier cuadro que amerite intervenciones.
También recomendó a la población que adopte conductas para preservar la salud mental durante los confinamientos: "Por ejemplo, reducir la exposición a noticias, leer un libro, hablar con familiares (vía internet), distraerse, o hacer pausas en el trabajo", detalló.
En tanto, otros expertos proponen abordajes multidisciplinarios que no se enfoquen solo en la enfermedad y en el trastorno, y que fortalezcan la respuesta social ante futuros rebrotes o nuevas pandemias.
"En mi opinión, COVID-19 ha resaltado la necesidad de construir comunidades más resilientes. Los jóvenes que valoran la responsabilidad social, que confían en otros o priorizan al prójimo por sobre uno mismo van a ser más propensos a guardar el distanciamiento social, desinfectarse mejor o evitar el acaparamiento de productos", concluyó Oosterhoff.
Pesl, Oosterhoff, González y Cetkovich han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.
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Citar este artículo: COVID-19: ¿la ansiedad, la depresión, el enojo y las adicciones pueden "boicotear" el distanciamiento social? - Medscape - 26 de jun de 2020.
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