La ciencia deja en evidencia falsas ideas y rumores más extendidos sobre las vacunas

Dr. Javier Cotelo

27 de marzo de 2019

MADRID, ESP. Un estudio publicado en Atención Primaria analiza las falsas ideas y los rumores sin fundamento existentes sobre los eventuales efectos negativos de las vacunas, aclarando los errores atribuidos bajo la perspectiva del conocimiento científico disponible.[1]

Las vacunas se encuentran entre los mayores logros de la salud pública a lo largo de la historia; han conseguido prevenir miles de enfermedades y muertes cada año. Sin embargo, a medida que las enfermedades y muertes prevenibles por vacunas han disminuido, ha aumentado la preocupación sobre su seguridad. Los efectos adversos que pueden tener las vacunas, como cualquier fármaco, son claramente inferiores a los beneficios individuales y colectivos que suponen los programas de vacunación.

Las principales falsas creencias están relacionadas con efectos que se producen en las edades próximas a las de la administración de las vacunas, pero esta asociación no es causal, como se ha demostrado en la mayoría de los casos.

El estudio resalta la importancia de que cualquier efecto indeseable atribuible a las vacunas debe poder detectarse de forma temprana mediante sistemas de farmacovigilancia bien estructurados.

Los efectos adversos que pueden tener las vacunas, como cualquier fármaco, son claramente inferiores a los beneficios individuales y colectivos que suponen los programas de vacunación.

Acontecimientos adversos históricos

Es cierto que la historia de las vacunas está salpicada de acontecimientos adversos relacionados con la seguridad de las mismas, algunos confirmados, pero la gran mayoría descartados tras su investigación.

El primer caso fue el incidente Cutter, ocurrido en 1955, durante el primer programa de vacunación masiva de polio, donde algunos lotes de la vacuna contenían virus vivos en lugar de inactivados y se produjeron más de 40.000 casos de la enfermedad y 10 fallecimientos. Se atribuyó a vacunas producidas en una empresa familiar, mientras que las que se produjeron en otros laboratorios no ocasionaron problemas.

Ha habido otros sucesos negativos, como el caso de una vacuna contra la gripe estacional, el año 1976 en Estados Unidos, en que se detectó un aumento del riesgo de síndrome de Guillain-Barré. Esta reacción finalmente analizada fue de aproximadamente un caso por cada 100.000 vacunados.

A lo largo de la historia se ha cuestionado la posible asociación entre vacunación y muerte. Un estudio publicado en 2013, que utilizó bases de datos electrónicas de más de 13 millones de personas vacunadas, lo comparó con la mortalidad de la población general de Estados Unidos, lo que proporcionó evidencia suficiente de que las vacunas no están asociadas con un mayor riesgo de muerte.[2]

Falsas creencias más aceptadas

El estudio recogió las falsas creencias más comunes sobre las vacunas, analizando su origen y rebatiéndolas con argumentos científicos contrastados (ver tabla al final del artículo).

En la década de 1960 la vacuna antitosferina de células enteras despertó dudas de seguridad por su alta reactogenicidad. Se especuló sobre una posible asociación con encefalopatías causantes de daño cerebral permanente y también con síndrome de muerte súbita en el lactante. Esto condujo a la suspensión de la vacunación en algunos países durante los años 70 y 80, y a una disminución de las vacunaciones en otros países. Estudios posteriores no han podido demostrar científicamente estas asociaciones.

Parece que al disminuir la incidencia se pasó del temor a las enfermedades al miedo a los efectos de la vacuna.

Por otro lado, la vacuna antitosferina de células enteras (DTPw) se ha ido sustituyendo por la antidiftérica, antitetánica y antipertúsica acelular (DTPa), que atenúan los efectos indeseables de la vacuna de células enteras.

Respecto a que los recién nacidos son demasiado pequeños para desarrollar una respuesta inmunitaria adecuada a las vacunas, se apunta que 95% de los lactantes inmunizados en los primeros 6 meses de vida con múltiples vacunas (difteria, tétanos, tosferina, Haemophilus influenzae de tipo b, neumococo, hepatitis B y poliomielitis) desarrollan respuestas inmunitarias adecuadas y específicas contra estas enfermedades.[3]

En cuanto a que las vacunas sobrecargan el sistema inmunitario de los niños, se explica que los recién nacidos son capaces de generar una adecuada respuesta inmune humoral y celular. Asumiendo que una vacuna contiene como promedio 10 proteínas o polisacáridos inmunógenos y que cada una contiene 10 epítopos, y que además circulan aproximadamente 10’000.000 de linfocitos B/mm de sangre, al dividir 10’000.000 entre 100 epítopos promedio de cada vacuna, se estima que cada niño podría responder a unas 100.000 vacunas. Estos datos avalan que no se sustente la teoría de la sobrecarga del sistema inmune.

No debilitan el sistema inmune infantil

También se ha dicho que las vacunas debilitan el sistema inmunitario. El estudio plantea que en una cohorte de niños nacidos en Dinamarca no se observó diferencia entre vacunados y no vacunados con vacunas combinadas en cuanto a la incidencia de infecciones respiratorias, neumonía, septicemia, meningitis bacterianas o diarreas.[4]

La opción de administrar vacunas combinadas ahorra pinchazos, actos sanitarios, almacenamientos y costes, a la vez que mejora las coberturas de vacunación.

Otro mito común es que las vacunas causan enfermedades autoinmunes. El conocimiento científico actual señala que desde el momento del nacimiento, el timo y la médula ósea evitan las reacciones de autoinmunidad (tolerancia central). Las células T y B responsables de la autoinmunidad están presentes en todas las personas y mediante la tolerancia periférica se limita su activación. Las teorías que imputen a las vacunas un papel causal de enfermedades autoinmunes deberían explicar cómo son eludidos estos controles.

La hipótesis de que la vacuna antihepatitis B causa esclerosis múltiple se generó por dos estudios que mostraron un aumento no significativo de la incidencia. Otros estudios no han conseguido demostrar ninguna asociación entre la vacuna antigripal o antitetánica y el agravamiento de la esclerosis múltiple. Otras vacunas tampoco han mostrado asociación con el riesgo de diabetes.

Otra falsa creencia es que las vacunas causan alergias y asma. Se han apuntado dos teorías para explicar el aumento de inmunoglobulina E por las vacunas: una habla de que desplazaría la respuesta inmunitaria a los alergenos desde células Th1 a Th2, y la otra que al evitar infecciones frecuentes (hipótesis higienista) inducirían una respuesta más prolongada y frecuente de las células Th2.

Por un lado, ni las vacunas ni la inoculación de adyuvantes cambian la respuesta inmune de tipo Th1 a tipo Th2 y, por otro lado, la hipótesis higienista se descarta porque la mayoría de las infecciones que ocurren en los niños en los primeros 6 años de vida es causada por virus para los que no existen vacunas.

Otro argumento contra la teoría higienista es que en los países en desarrollo las tasas de alergia y asma son inferiores a pesar de que padecen infecciones frecuentes.

Un argumento erróneo muy empleado es que las vacunas contra sarampión, rubéola y parotiditis causan trastornos del espectro autista. Esto parte de 1998, cuando se publicó un estudio estableciendo una posible relación causal entre la vacuna contra sarampión, rubéola y parotiditis y el desarrollo del trastorno. Sin embargo, no se ha podido demostrar el virus de la vacuna del sarampión en niños con autismo y la mayoría de los autores del artículo reconoció errores metodológicos importantes, así como el hecho de que no podía establecerse ninguna relación causal entre la vacuna y el autismo, que llevaron a la retracción del artículo. Las edades en las que se administran las vacunas infantiles suelen preceder al diagnóstico de trastorno del espectro autista, lo que en principio es solo una mera coincidencia temporal.

Los componentes de las vacunas no son peligrosos

Se ha dicho también que tiomersal de las vacunas causa autismo. El mercurio está presente en la naturaleza y en forma de metilmercurio tiende a acumularse en el organismo causando efectos tóxicos. Tiomersal contiene etilmercurio, que se excreta más rápidamente y se acumula mucho menos. Los datos científicos disponibles no muestran asociación entre trastornos del espectro autista y tiomersal de las vacunas. En Dinamarca, tras años de haber eliminado tiomersal de las vacunas, la incidencia de autismo siguió aumentando.[4] Un niño a través de la lactancia materna ingiere el doble de mercurio que todo el que ha podido recibir por las vacunas, sin que esto le suponga ningún riesgo. A pesar de la ausencia de evidencia de riesgo, se ha ido eliminando este compuesto de la mayoría de las vacunas infantiles y ya solo se utiliza en las presentaciones multidosis.

También se ha dicho que el formaldehído de las vacunas es perjudicial. El formaldehído ha sido usado durante décadas en las vacunas como inactivador de toxinas bacterianas y virus. Aunque altas concentraciones pueden causar mutaciones en el ADN, la cantidad de formaldehído presente en las vacunas es más de 600 veces menor que la necesaria para inducir toxicidad en animales de experimentación, lo que contradice claramente que tenga un efecto nocivo.

Otro componente criminalizado ha sido el aluminio que contienen algunas vacunas. Las sales de aluminio han sido usadas durante décadas como potenciador del efecto de las vacunas. Niveles altos de aluminio pueden causar reacciones inflamatorias locales, anemia o encefalopatía, pero estos niveles solamente se alcanzan en personas con insuficiencia renal cuando reciben altas dosis. La cantidad de aluminio contenida en las vacunas es mínima. La lactancia materna aporta en promedio 7 mg de aluminio durante los 6 primeros meses de vida frente a los 4,4 mg que contienen todas las vacunas recomendadas hasta esa edad. Por otro lado, se ha visto que la administración de vacunas no modifica los niveles sanguíneos de aluminio en los niños.

Sin incremento en el riesgo de cáncer

Otra creencia ha sido que las vacunas causan cáncer. En el año 1959 se descubrió que vacunas antipoliomielitis producidas a partir de células renales de macaco estaban contaminadas por el virus símico 40, que está presente en algunos tumores humanos (mesotelioma, osteosarcoma y linfoma no Hodgkin), por lo que se formuló la hipótesis de que el virus vacunal podía producir leucemia infantil.

Los estudios epidemiológicos realizados después de varios años de la administración de estas vacunas contaminadas no mostraron un incremento en el riesgo de padecer estos cánceres frente a personas no vacunadas.

Diversos estudios han evaluado la posible asociación entre la leucemia infantil y la exposición a las vacunas triple vírica, antidiftérica, antitetánica, antipertúsica, antipoliomielítica, anti-Haemophilus influenzae de tipo b o antihepatitis B, sin que se haya evidenciado ninguna relación con la leucemia.[5]

El mito más dañino

Dr. José Tuells

El Dr. José Tuells, uno de los autores del estudio, profesor de la cátedra Balmis de Vacunología de la Universidad de Alicante, en Alicante, España, comentó a Medscape en Español que el falso mito que más daño ha hecho se refiere a la relación entre autismo y vacuna triple vírica, "se trata de un falsa afirmación inducida tras la publicación de un artículo en The Lancet (1998) por el médico inglés Andrew Wakefield. La falsa creencia se extendió provocando desconfianza en la población y la cobertura vacunal descendió en muchos países, exponiendo a los niños a padecer esas tres enfermedades".

"El artículo fue retirado de la revista tras comprobarse que los datos se habían manipulado. Aun así, el daño estaba hecho y la creencia ha quedado arraigada entre la población. Decenas de estudios posteriores han investigado y refutado la afirmación demostrando su absoluta falta de evidencia", enfatizó.

Respecto a la obligatoriedad de la vacunación infantil en los niños, el experto afirmó que "es un debate interesante que depende de las políticas públicas de vacunación en cada país. En España la vacunación es universal, gratuita y no obligatoria. Si la recomendación de vacunarse obtiene coberturas de inmunización infantil superiores a 97%, como es nuestro caso, tiene poco sentido imponer la obligatoriedad".

"En países cuyas coberturas han disminuido por efecto de la reticencia o rechazo hacia las vacunas [Francia, Italia] las autoridades sanitarias han tenido que dictar normas haciendo obligatoria la vacunación infantil en defensa de la salud pública de toda la población. Incluso países como Australia, viendo decaer sus coberturas, han llegado a elaborar políticas coercitivas del tipo No jab, no pay, retirando algunos beneficios fiscales a las familias que no tienen bien inmunizados a sus hijos", informó el médico.

En cuanto a las vacunas indispensables a poner en los países menos desarrollados, señaló que "son las mismas que en los países desarrollados; es una cuestión de equidad. Toda la población infantil tiene derecho al acceso a los distintos tipos de vacunas. La Organización Mundial de la Salud estima que a nivel mundial, 19,9 millones de niños menores de un año no han recibido las tres primeras dosis de DTP [difteria, tétanos, tosferina]. Más de 60% de esos niños viven en una decena de países de África y Asia. Distintas iniciativas como el 'Plan de Acción Global de Vacunas' están intentando corregir esa enorme brecha fortaleciendo los programas de inmunización".

Reticencia y vacunología social

El Dr. Tuells agregó que "la Organización Mundial de la Salud ha señalado 10 grandes amenazas para la salud global, entre las que se encuentra la emergencia de la duda o reticencia vacunal. La Organización Mundial de la Salud no utiliza el término "antivacunas". Se trata de un problema complejo, las razones por las que las personas rechazan vacunarse difieren según los países. En ocasiones es por complacencia, otras veces es desconfianza y, a veces, se debe a que ciertos grupos de población no tienen acceso a las vacunas".

"Generar confianza, desmontar falsos mitos y mejorar la aceptabilidad es una tarea basada en la comunicación persuasiva, el diálogo argumentado, el uso no dogmático ni desde posiciones de superioridad por los ‘expertos’ en las redes sociales. En definitiva, hacer una buena vacunología social", señaló el especialista.

Dr. Raúl Ortiz de Lejarazu Leonardo

El Dr. Raúl Ortiz de Lejarazu Leonardo, jefe del Servicio de Microbiología e Inmunología del Hospital Clínico Universitario de Valladolid, en Valladolid, España, y profesor de Microbiología de la Facultad de Medicina, comentó a Medscape en Español que "los argumentos que esgrimen los colectivos antivacunas son múltiples y quedan bien explicados en el artículo".

"Podrían resumirse en uno solo: miedo a lo desconocido, en este caso, personas que son conscientes de que los casos de enfermedad actuales muchas veces tienen una incidencia menor que algunos efectos secundarios. Para llegar a un estado de inmunidad de grupo, toda la población debe estar vacunada frente a las vacunas obligatorias", puntualizó.

Asimismo, el experto afirmó que para convencer a unos padres que no quieren vacunar a sus hijos "solo cabe emplear el diálogo y la explicación, usando el consejo no directivo, la empatía, la información por pares sociales y la empatía. Son padres que se preocupan por sus hijos, aunque a los ojos de los demás esto parezca un contrasentido. Se necesitan tiempo y pactos respecto a convencer sobre vacunas imprescindibles y paulatinamente revertir la situación".

El Dr. Ortiz de Lejarazu señaló que en cuanto a las vacunas no incluidas en la mayoría de calendarios de vacunación de las Comunidades Autónomas en España, "sería importante incluir la del meningococo tetravalente; probablemente haya un consenso pronto, además de la del rotavirus y el virus del papiloma humano en los varones".

En cuanto a la obligatoriedad de determinadas vacunas en algunos médicos especialistas, el microbiólogo es tajante en señalar que "la gripe debería ponerse en todo el colectivo sanitario, como recomienda la Organización Mundial de la Salud", puntualizó.

Tabla. Mitos y realidades de las vacunas

Mito Realidad
Vacuna antitosferina de células enteras causa daño cerebral y muerte súbita del lactante. Son más reactógenas con más efectos adversos, pero no demostrada causalidad para estas patologías muy graves.
Los recién nacidos son demasiado pequeños para una respuesta inmune vacunal eficaz. 95% de lactantes multivacunados a los 6 meses muestra respuestas inmunes específicas.
Sobrecargan el sistema inmune. Se estima que un niño podría responder a 100.000 vacunas.
Debilitan el sistema inmune. No hay diferencia en cuanto a incidencia de infecciones con los no vacunados.
Causan enfermedades autoinmunes. Es inexplicable cómo se evaden los mecanismos control de tolerancia central y periférica.
Causan alergia y asma. Los alergenos no desplazan la respuesta celular Th1 a Th2 ni la evidencia sustenta de teoría higienista.
La triple vírica (sarampión) causa trastorno del espectro autista. Estudio erróneo retractado, mera coincidencia temporal al diagnóstico.
Tiomersal causa autismo. Tras la eliminación de la composición, la incidencia de la enfermedad siguió aumentando.
Formaldehído es perjudicial. Su contenido es 600 veces menor al necesario para inducir toxicidad en animales.
El aluminio es peligroso. La lactancia materna hasta los 6 meses aporta más aluminio que el de todas las vacunas aplicadas hasta esa fecha.
Causan cáncer. Hubo casos en los años 60 por contaminación del virus símico 40, amplios estudios posteriores no han detectado causalidad para ningún tumor.

Todos los autores han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente. El Dr. Ortiz de Lejarazu ha declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

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Comentario

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