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Laís Volp
Periodista, Rio de Janeiro, Brasil
Conflictos de interés: Lais Volp ha declarado no tener ningún conflict de interés económico pertinente.
Dra. Carla Vorsatz
Médica, especialista en Infectología por la Universidade Federal Fluminense
Conflictos de interés: La Dra. Carla Vorsatz ha declarado no tener ningún conflict de interés económico pertinente.
Esta presentación fue publicada originalmente en Medscape.com, el 30 de diciembre de 2016.
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Laís Volp; Dra. Carla Vorsatz | 12 de enero de 2017
Un artículo publicado el 12 de septiembre de 2016 en JAMA Internal Medicine[1] reveló que los datos de la revisión bibliográfica sobre las consecuencias del consumo de azúcar y de grasas en la salud coronaria publicada por The New England Journal of Medicine[2,3] en 1967 fueron manipulados para favorecer los intereses de la industria azucarera.
Realizada por investigadores eminentes de la época y financiada por la Sugar Research Foundation, dicha revisión exculpa al azúcar e inculpa al consumo de grasas en la etiología de las enfermedades coronarias. Este estudio, cuya financiación por la Sugar Research Foundation fue ocultada, tuvo mucha repercusión, influyendo y guiando las directrices médicas y nutricionales durante medio siglo. La noticia sobre la manipulación de los datos del estudio ha provocado una conmoción enorme en la comunidad científica internacional.
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Aunque la industria azucarera, liderada por la Sugar Association en Estados Unidos, sigue negando la existencia de una relación entre consumo de azúcar refinado y riesgo de cardiopatía coronaria es indudable que si los datos de la revisión bibliográfica publicada en 1967 se hubieran presentado de manera adecuada, las recomendaciones habrían sido disminuir el consumo de grasas y de azúcar, no solo el de grasa saturada.
Por influencia de dicha revisión bibliográfica, la grasa saturada se convirtió en el objeto de atención principal, excluyendo el consumo de azúcar como factor de riesgo de enfermedades cardiovasculares y sirvió de instrumento para los intereses de la industria azucarera además de guiar las directrices nutricionales de la década de los ochenta.
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La manipulación de los datos de la revisión bibliográfica ocultó las consecuencias del consumo de azúcar en el cuerpo humano. En la actualidad se sabe que el consumo habitual de azúcar puede causar cardiopatía coronaria,[4] diabetes tipo 2, trastornos neurológicos,[5] insuficiencia renal crónica,[6] problemas de aprendizaje,[7] y síndrome metabólico.[8]Además, el consumo de azúcar puede estar asociado a esteatosis hepática no alcohólica.[9]
El 4 de marzo de 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó la nueva guía de recomendaciones sobre el consumo de azúcar para adultos y niños. La recomendación actual es que el consumo diario no sobrepase el 10% de las calorías ingeridas, en una dieta saludable. Es posible aumentar los beneficios para la salud bajando el consumo diario de azúcar al 5% de las calorías ingeridas (alrededor de 25 g de azúcar al día).
Entre los beneficios del control del consumo diario de azúcares destacan la mejor regulación del peso corporal, la prevención del sobrepeso y de la obesidad, la prevención de enfermedad crónicas no transmisible (especialmente diabetes), y la disminución de la caries dental.
El azúcar presente de manera natural en las frutas, las verduras, las legumbres y la leche fresca no debe contabilizarse en esta restricción. El consumo de estos alimentos naturales debe promoverse y estimularse para toda la población y a cualquier edad. [10]
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Las relaciones entre distintas industrias están basadas a menudo en una ideología perversa que desprecia los derechos humanos y antepone los intereses económicos de las empresas. Hace poco tiempo, un artículo publicado en el American Journal of Preventive Medicine puso de manifiesto que entre 2011 y 2015, la Coca-Cola Company y Pepsico financiaron 95 organizaciones nacionales de salud, entre ellas diversas instituciones médicas y de salud pública, una de cuyas misiones específicas era la lucha contra la epidemia de obesidad. Durante el periodo señalado, estas dos empresas de bebidas azucarados intentaron influir en contra 29 proyectos de ley de salud pública dirigidos a disminuir el consumo de bebidas azucaradas o a mejorar la alimentación de la población general. [11] Incluso Centers for Disease Control and Prevention (CDC) de Estados Unidos recibieron financiación de estas empresas de bebidas azucaradas.
Desde que se divulgó este artículo se han publicado otros muchos informes que ponen de manifiesto las acciones emprendidas por estas grandes empresas con el objetivo de ocultar los efectos perjudiciales del azúcar en la salud, para contrarrestar la intención de disminuir o incluso de eliminar su consumo.
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La OMS declaró que los gobiernos deben subir los impuestos de las bebidas azucaradas para combatir la epidemia mundial de obesidad y diabetes. Un aumento del precio de 20% podría disminuir el consumo de bebidas con azúcar en ese mismo porcentaje, según el informe Fiscal Policies for Diet and Prevention of Noncommunicable Diseases.
La mejor medida para combatir el exceso de peso, así como prevenir algunas enfermedades crónicas como la diabetes, es consumir menos bebidas azucaradas con muchas calorías, aunque también son perjudiciales la grasa y la sal presentes en los alimentos procesados, según este informe.[12] Sin embargo, a pesar de las medidas tomadas por estas industrias, la concienciación creciente sobre los efectos perjudiciales del azúcar empieza a generar movimientos de sindicatos y asociaciones encaminados a disminuir el consumo excesivo de azúcar.
Algunos de estos ejemplos son el sindicato médico de Reino Unido y la British Medical Association (BMA) que han solicitado un aumento de 20% del precio de todas las bebidas con azúcar y han propuesto que los beneficios se dediquen a subsidiar el precio de las frutas y de las verduras como una de las medidas de un programa sostenible para mejorar la calidad de la alimentación en Reino Unido.
Dentro del ejemplo de la implementación de gravámenes se encuentra México, que desde el 2014 impuso un gravamen de 10% y que pretende tenga un impacto en la salud por la disminución de las enfermedades cardiovasculares y diabetes.
Igualmente en Chile desde 2014, la reforma tributaria implementó un alza de los impuestos a las bebidas azucaradas, con una promoción educativa y de salud pública para motivar a los chilenos al consume de bebidas naturales y promoviendo a los productores al recibir un menor gravamen para las bebidas sin azúcar.
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En 1975, el periodista William Dufty publicó el libro Sugar Blues (La tristeza del azúcar), considerado un informe verdaderamente exhaustivo sobre el azúcar. A lo largo de 14 capítulos, con 78 referencias bibliográficas, Dufty cuenta la historia del azúcar: cómo se introdujo en la cultura occidental, las enfermedades con las que está relacionado, su clasificación como calorías vacías y antialimento o la consideración como sustancia que causa dependencia física y psíquica, además de la enorme importancia comercial que adquirió el azúcar y las cuestiones económicas relacionadas con su producción y distribución.
El libro, a pesar de su lenguaje contundente, aborda el problema de una manera bien fundamentada y tuvo mucha influencia sociocultural, marcando a una generación y asentando las bases del movimiento a favor de la salud que se mantiene activo en la actualidad, pero no tuvo una influencia considerable ni en la comunidad científica ni en la comunidad académica de la época.
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El azúcar, como producto refinado, es parecido a las drogas: la heroína es básicamente un derivado químico de la dormidera, refinada inicialmente en opio, después en morfina y por último en heroína. El azúcar es básicamente un derivado químico de la caña de azúcar o de la remolacha, refinada inicialmente en melaza, después en azúcar mascabado, y por último en curiosos cristales blancos.
Más adelante, la industria azucarera y los traficantes de heroína adoptaron el eufemismo "hecho exclusivamente con ingredientes naturales".[13]
Para reforzar la analogía entre el azúcar y las drogas, veamos su comportamiento al aplicar los criterios de la Organización Mundial de la Salud que definen las características de las sustancias que causan dependencia química en la décima edición de la Clasificación Internacional de las Enfermedades (CIE-10):
Según la Organización Mundial de la Salud, el diagnóstico de dependencia se confirma cuando se cumplen tres o más de estos criterios a lo largo del año anterior.
Técnicamente, el hecho de que el azúcar cumpla todos los criterios establecidos demuestra que esta sustancia puede clasificarse en la categoría de las que provocan dependencia química.
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Las recomendaciones de la OMS sugieren una reducción de la ingesta de azúcares libres a menos del 5% de la ingesta calórica total (en una dieta de 2000 calorías).[14] Los azúcares libres incluyen los monosacáridos y los disacáridos añadidos a los alimentos y las bebidas, más los azúcares naturalmente presentes en la miel, los jarabes, los jugos de frutas y los concentrados de jugos de frutas.
Algunos de los azúcares añadidos a los alimentos que se pueden encontrar en las etiquetas de los productos incluyen: Jarabe maíz de alta fructosa, endulzante de maíz, concentrado de jugo de fruta, fructosa, dextrosa, glucosa y jarabe. Se debe de recalcar que todos éstos no son un nutriente esencial y pueden ser perjudiciales para quien los consume.[15]
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